Los que presumen de valientes y corajudos son denominados bravucones, tristes personajes de sociedades que han sido potenciados por la generosidad de las redes sociales y la gente que se deja impresionar por palabras y conductas circenses. Pero esto solo sería una anécdota más dentro del paisaje esteño y propia de las calles, si las bravuconadas no fueran protagonizadas y dirigidas por autoridades municipales. Las repetidas actitudes de descontrol ante reclamos, es como si se olvidara que la investidura de autoridad expone todo el tiempo a críticas de la opinión pública. Y no solo eso, como en la vida todo retorna, esa misma práctica que hoy molesta y hace tomar celulares ajenos, ha sido sello de actividades durante el anonimato del poder comunal contra los “malvados” jefes municipales anteriores. La memoria debe estar siempre activa, primero para entender que promesas de buenos manejos del dinero del pueblo deben ser cumplidas a rajatabla, y que salirse de lo correcto tendrá al menos escarmiento público. Bravuconadas no aclaran las dudas con respecto a denuncias formales. Sobrefacturaciones siempre benefician a los cercanos a la toma de decisiones sobre el uso de los bienes municipales, por lo que rabietas primero deberían dirigirse en el interior de la casa. Poner a funcionar colectivos tampoco es suficiente como para mostrar inocencias sobre el supuesto dolo en tiempos de emergencia sanitaria. Existen tantas actitudes raras, cuando en la práctica lo que se necesita es mostrar fehacientemente que no ha existido daño al buen uso de la cosa pública. Alborotarse por cacareos no es propio de quienes no tienen nada que temer por la casa limpia y ordenada. Alardear o autoproclamarse perseguido por nefastos políticos, no sostienen suficientemente alegatos. Hay más espectáculo que documentos, por lo que es difícil entender inocencias plenas. Y como para encajarse dentro de lo “folklórico”, coincidentemente con la conmemoración de la fecha, se está siguiendo el mismo camino tan criticado cuando se escrachaba desde la vereda, sumando a la incoherencia preocupante y dañina. Las dudas deben ser destruidas de manera adecuada, dejando certezas sobre los puntos puestos en la mesa juzgadora del órgano competente. Persecuciones no pueden prosperar en sociedades donde la gente entiende que no se sigue del debido proceso, y que elementos jurídicos están siendo vulnerados, por lo que apelar a la ciudadanía debería darse ante dicho escenario. No hay que perder de vista que la función jurisdiccional tampoco debe intentar ser manipulada por presión popular. Esto no tiene mucho que ver con lo electoral o respaldo popular, sino con lo legal, por lo que actuar dentro de sus lineamientos no menosprecia liderazgos o la misma democracia. Cuanto más se exponga sobre administraciones, confirmará lo correcto gestor que se ha sido, por lo que sería lógico estar sereno y confiado. Las bravuconadas serían para lo contrario. La comunidad debe confiar en sus referentes, pero no ciegamente.