Al fiel estilo del pasado reciente en esferas de la Municipalidad de Ciudad del Este, se repite el mismo esquema de denigración de personas, obligados, mediante pago de salarios, a “morder” a todo quien ose cuestionar acción o inacción de autoridades del distrito. Es así que los del primer anillo del jefe comunal Miguel Prieto sobresalen a cada tanto por patoteros e encubridores sin moral, antes que por canalizadores de las inquietudes ciudadanas y de contralores de la cosa pública. Sin subjetivismo alguno, en la práctica se puede ser testigo preferencial de conductas agresivas y provocativas no solo de empleados de rango básico, sino propuestas por concejales municipales oficialistas, carentes de equilibrios emocionales y desprovistos de argumentos para debatir críticas a la altura de los requerimientos. Muchos quienes ocupan cargos en la Municipalidad de Ciudad del Este tienen formación especial en sobresalir por lamebotas, repitiendo viejos vicios. Tan igual que no se diferencia, ellos siguen en sus cargos, no precisamente por capacidad intelectual y servicio público. Solventar grupo de “capangas” para ser guardianes de la falta de transparencia y violadores de derechos ciudadanos, no tiene nada que envidiar a las mafias. Es inconcebible que todos quienes se acerquen a recintos legislativos y cuentan irregularidades o falta de desempeño antes necesidades, tengan que ser expulsado por un beodo Presidente, secundando por ladradores. Si esto no es imposición de una dictadura, tendrá un parentesco no reconocido. No es nuevo salir a defender a “amos” a cualquier costo, siendo cómplices de realidades que pueden asombrar a quienes ya experimentaron de todo. La inmoralidad en la función pública no es monopolio de colorados y liberales. Varios jefes, directores, administradores, y concejales, solo siguen en puestos por ser mascotas. Tener como talento adulonería y el servilismo, antes que función pública, más bien es parasitosis dañina. Los propiciadores de este tipo de acciones que no respetan el derecho de disentir y reclamar, deberían al menos tener una sanción ciudadana, ya que solo desprovistos de razón gustan de angulemas, aplaudiendo que ciudadanos sean vilipendiados y expulsados por no ser hurreros suyos. Es tan grotesco lo que se sigue viviendo en la comuna esteña, que la diferencia es el color naranja y el apellido del bravucón. Desequilibrados, agresores de mujeres, planilleros, intratables, borrachos y desviados deben dejar de ser características de quienes cumplen labores en instituciones. Ya es hora que la conducta ética vuelva a ser criterio para permanencia en la función pública y que cada componente de la sociedad reciba el trato digno adecuado, incluso el que critique. Ningún fanatismo personalizado es útil para la comunidad, y al no entender que se es empleado del pueblo, se seguirá lejos de la buena función. No debería resultar motivo de orgullo ser títere de un fulano, pagado con el dinero del contribuyente.