Hace medio siglo, el agua dejó de ser un lugar seguro. En el año 1975, se estrenaba “Tiburón” (Jaws), dirigida por un joven Steven Spielberg, que con apenas 27 años convirtió una novela de suspenso en una obra maestra del terror, cambiando para siempre la forma de hacer y ver cine.
La historia parecía simple: un gigantesco tiburón blanco aterroriza a los veraneantes de Amity Island, una ficticia comunidad costera. Pero Spielberg transformó ese argumento en un fenómeno cultural, donde la tensión crecía no por lo que se veía, sino por lo que no se mostraba. Con un tiburón mecánico que casi no funcionaba, el director se vio obligado a insinuar más que mostrar, lo que terminó jugando a su favor: el miedo se volvió psicológico, visceral.
La banda sonora de John Williams, con sus dos notas repetitivas y ominosas, se convirtió en sinónimo universal de peligro inminente. Con ese simple motivo musical, el espectador ya sabía que algo terrible estaba por suceder, sin necesidad de verlo.
«Tiburón» fue un antes y un después. No solo fue la película más taquillera de su época, recaudando más de 470 millones de dólares a nivel mundial, sino que sentó las bases del blockbuster moderno. Su estreno en verano, acompañado de una campaña publicitaria masiva, marcó una estrategia que los estudios replicarían desde entonces.
El impacto fue tal que incluso influyó en el comportamiento humano: muchas personas comenzaron a temer al mar, y la figura del tiburón pasó de ser una criatura desconocida a convertirse en una amenaza mítica.
A 50 años de su estreno, «Tiburón» sigue mordiendo fuerte. Su legado perdura no solo en la historia del cine, sino también en la memoria colectiva de generaciones que, desde entonces, piensan dos veces antes de meterse al agua. Spielberg no solo dirigió una película: creó una experiencia cinematográfica que transformó el miedo en arte.
