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Acción, reacción

Sin desconocer la validez e incluso la relevancia de las críticas, ellas no son suficientes para cambiar realidades que pudieran ser deseadas. Aplaudir e identificarse con exposiciones desde atriles no tiene más efecto que satisfacción interna. La verdadera manera de lograr algo es actuando, reaccionando.

La población está muy habituada a esperar que otros hablen por ella, y así quedan satisfechos, pese a que eso no modifique absolutamente nada. La percepción de algo, debe ser impulso para actuar. Es así que se espera siempre que conductas y actitudes se trasladen de boca ajena a la cotidianeidad.

Si molesta la corrupción, pues se adopta la postura contraria a ella y no se apunta solamente en la realidad ajena. No es muy útil ser juez teórico y solo con visión hacia otros.

Actuar, desde el momento de elegir a referentes, acompañar sus posiciones y exigir lo prometido, más allá de redes sociales o parafraseo a prelados, es lo que sirve.

Retóricas tienen el mismo peso de una pluma si es que no se materializan.

Las instituciones religiosas tienen el rol de guías y de hablar, pero lo de actuar siempre es deber de la gente que espera y quiere modificar su realidad.

Si todo queda en palabras, no habrá transición alguna, y finalmente el estar peor tiene a responsable opuesto al que se dirige críticas.

La lentitud apuntada es por la pasividad ciudadana, porque antes del novenario de Caacupé no se miraba con el mismo rigor la inoperatividad gubernamental. Existe una ceguera sustentada en la pereza, falta de memoria y fanatismo.

La poca variación de penurias no solo tiene un responsable, sino la apatía personal y comunitaria.

Para cambiar resultados hay que dejar de hacer lo mismo. Y en este caso no hacer es lo que genera el statu quo.

El ciudadano tiene el derecho de reclamar, sin necesidad de otros interlocutores, pero además tiene el deber de hacer valer su propósito de interés general.

Mientras el pueblo no asuma su rol y se satisfaga con discursos, sean o no paganos, se vivirá la repetida mediocridad oficial. Dichos y hechos modifican todo, pero juntos.

Acudir solo a frases es propio de politiqueros, que tienen con ellas igualmente como suficiente persuadir a incautos.

No se reprocha el hablar, pero el desequilibrio siempre estará en el actuar, si se quiere forzar a transitar por trayectos correctos a quienes ostentan el poder. Esperar una fecha particular para escuchar lo que se detesta o lo que se necesita, es permitir que el resto del tiempo los líderes negativos concreten negociados y vivan tranquilos en la impunidad.

La participación activa de la población y la obligatoriedad de patriotismo para todos, suma para estar mejor. A Dios rogando y con el mazo dando.

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