Como se da casi siempre, los principales cargos de Gobierno son ocupados más bien por cercanos al titular del Poder Ejecutivo, que por avezados en administración pública o de alto tecnicismo en el rubro encomendando al frente de poderes, instituciones, y entes oficiales. Por lo tanto, es propio que los que gobiernan apelen al conocimiento y recomendaciones de asesores, quienes, al menos en los papeles previos, son quienes sí tienen total noción de normas, procedimientos y gestiones requeridas para el pleno ejercicio de labores adecuadas.
Todo quien desee una gestión esperada acude a baqueanos, y de la mano de los mismos recorren trayectos en la función pública, primero para tratar de entender el manejo legal, ante la poca o nula experiencia en funciones.
Cerca del 90% de los nombrados en ministerios, direcciones, jefaturas, son más políticos que profesionales, por lo que no es criticable apelar a lazarillos, sin que ello implique que no tengan directa responsabilidad en aciertos y desaciertos.
El peligro está en la ceguera o capricho de los referentes. Ceguera para guiarse plenamente por asesores, sin preguntar, sin analizar de manera automática, firmando todo lo que se le coloque en el escritorio, sin comprensión. Capricho para empecinarse en actuar pese a no encajarse dentro de criterios de administración pública, desoyendo recomendaciones de quienes sí son especialistas, anteponiendo egos.
La mezcla de ambos errores genera acciones inconsistentes, impopulares y políticas que no suman para mejorías, apurando salidas de los espacios al que se llegaron solo por amistades o compromisos electorales.
Teniendo en cuenta realidades de los diferentes estamentos, no hay mucho por reflexionar, sí mucho por actuar. De ahí la necesidad de elegir correctamente a asesores que puedan discutir y hacer entender lo que sí y lo que no, sin obviar pareceres autónomos coherentes.
No hay que olvidar que un ciego jamás podrá guiar a otro ciego, al menos por el camino adecuado, por lo que aceptar errores no es tolerable. La falta de transparencia, los pocos recursos, la ineficiencia estatal, apremian a cada organismo y entidad del Estado.
Es más que necesario que cada encargado pueda emprender una reevaluación sobre quienes le marcan la pauta, en base a resultados, y con ello sostener confianzas. Existen experiencias, en el propio seno del Poder Ejecutivo, donde los tecnócratas de confianza hacen ver realidades más de ciencia ficción que hechos reales, ante ignorantes con poder conferido por el pueblo, llevándolos al anticipado desgaste.
El manejo de la cosa pública tiene lineamientos fácilmente comprensibles por quienes tienen la formación adecuada, por lo que errores no pueden sucederse.
Un buen Gobernante o administrador necesita en su gabinete a quienes discrepen, se planten ante lo no correcto, e insistan con demostrar fehacientemente lo que sucede o puede suceder.
Apoyarse en gente pensante e íntegra es el paso para construir soluciones innovadoras ante problemas sociales persistentes. La buena intención no es suficiente, debe valerse de herramientas técnicas para desarrollarlas.
De la misma forma, los referentes deben obligarse a aprender manejos de sus respectivas dependencias, de modo a no ser confundidos por sus “sabios”.
El país necesita de acciones certeras y depende en mucho de qué y cómo se aplican gestiones. No hay margen de error, si en verdad se quiere generar el estar mejor para la ciudanía.