A modo de ilustración, un déjà vu consiste en una experiencia presente que hace sentir que ya se vivió una situación similar que habría ocurrido en el pasado. Y es así que todo lo que se experimenta en Ciudad del Este, puntualmente en la municipalidad, es lo replicado del pasado nefasto. El escenario político parece atrapado en un eterno déjà vu, donde la promesa de cambio rápidamente se transforma en una repetición de los mismos vicios y actos de corrupción que han caracterizado la gestión municipal por décadas.
Miguel Prieto, al asumir como jefe comunal esteño, se presentó como una figura distinta, comprometida con el cambio y la ruptura de los viejos vicios que durante décadas habían marcado la administración municipal, dominada principalmente por el Partido Colorado. Acentuando el recordatorio para quienes por fanatismo, conveniencia o negociados obvian realidades, su discurso se centraba en la transparencia, la honestidad y la gestión eficiente. Prometía un futuro diferente para los de esteños, que hastiados de la corrupción y el clientelismo lo eligieron.
Sin embargo, a medida que ha avanzado su gestión, han surgido episodios que señalan que Prieto ha incurrido en prácticas similares a las de sus antecesores. A pesar de haber prometido una administración austera y alejada de los manejos turbios, algunas decisiones y manejos dentro de su equipo de gobierno han despertado cuestionamientos objetivos.
La falta de transparencia en las licitaciones públicas y la asignación de contratos, recuerdan los esquemas de favoritismo que eran comunes bajo las gestiones coloradas. Además, se han replicados nombramiento de personas cercanas al círculo íntimo de Prieto en cargos claves, sin preparación, pero sí avezados en el robo de la cosa pública, una práctica que también fue emblemática de las administraciones anteriores.
La ciudadanía, que en un principio depositó sus esperanzas en este cambio prometido, ahora empieza a ver con desilusión cómo los problemas de siempre están vigentes, incluso bajo un liderazgo que juró ser diferente.
Las expectativas de una nueva era en la política local chocan con la realidad de que las perversiones administrativas, lejos de ser erradicadas, han encontrado nuevas formas de perpetuarse, poniendo en manifiesto la hipócrita conducción de la malviviencia en la función pública.
Este ciclo inquebrantable de viejas prácticas en la institución de Ciudad del Este refleja un patrón más amplio en la política paraguaya: la dificultad de romper con estructuras profundamente arraigadas, incluso para aquellos que llegan al poder con las mejores intenciones.
Se ha transgredido promesas y leyes que no pueden jamás ser perdonados. Segundas oportunidades a mercenarios es dar chances seguidas a verdugos.
Es vergonzante para quienes tienen un mínimo de sentido moral, estar expuesto ante la realidad de ser corrupto. Esto es excluyente para ser “hombre libre y de buenas costumbres”. En Ciudad del Este, el cambio ha demostrado ser efímero, y el déjà vu de la corrupción sigue siendo la amarga realidad.