El desequilibrio mental, emocional, es excluyente para un manejo normal en una sociedad fuera del psiquiátrico. Hay muchas autoridades que son especialistas en fingir demencias hacia obligaciones de transparencia y control de los bienes públicos, pero no pueden salirse totalmente de modelos de conductas inadecuadas por mucho tiempo, debido a la condición patológica, toxicológica y de desvergüenza.
Los que están disociados de lo correcto hasta desean la muerte por un corte de servicio en el suministro eléctrico originado por fenómenos meteorológicos, con lo que se confirma que también tienen inconvenientes severos con la materia gris.
El exabrupto es inadmisible en representantes ciudadanos, pues en teoría son los custodios de la razonabilidad y de la pacificación comunitaria. Se contagia incoherencias y cretinismos, cuando lo que se necesita es correctos ejemplos del deber ser.
Ser groseros, valerse de la vulgaridad para expresar una sencilla idea, muestra las limitaciones notorias de quienes por bromas macabras ocupan espacios en juntas municipales. Pero qué esperar de corrompidos, no se puede pedir peras al olmo.
Los líderes deben cultivar a más del conocimiento del rubro que ejercen, la conducta de lo debido, por lo que es de alta relevancia todo lo que dicen o hacen.
Estar en el vyroreí solo puede ser aplaudido por mentecatos de la misma calaña. Asumir como apropiado lo que no es, por “like”, delata personalidades e inmoralidades.
No todo debería valer en el contexto de obtener respaldos digitales, y esto no debería ser considerado por una autoridad.
Resaltar por posar en bikini, antes que por proyectos legislativos de bien para la generalidad, también es parte de mediocres gestiones. “El pueblo” da pan al que no tiene dientes.
Hay una degeneración indisimulable de una parte de la sociedad, por lo que aparecen a cada tanto resentidos, payasos, descerebradas y malvivientes de guantes blanco que asumen espacios de poder comunal, donde tienen voz y voto, potenciando irracionalidades e inutilidades.
Un funcionario público tiene la responsabilidad de actuar como un modelo de integridad y profesionalismo en todo momento, ya que su conducta no solo refleja su carácter personal, sino también la imagen de la institución que representa.
Las acciones y decisiones del empleado público en todo tiempo deben ser claras, justificadas y libres de cualquier acto de corrupción o favoritismo.
En el trato con los ciudadanos y colegas, debe mostrar respeto, empatía y cortesía. Esto incluye cuidar sus expresiones verbales y no verbales, evitando comentarios ofensivos o actitudes que puedan ser percibidas como despectivas.
Actuar sin prejuicios, favoritismos o intereses personales, garantizando que todas las personas sean tratadas de manera justa y sin discriminación.
Un funcionario estatal debe cumplir con sus deberes de manera eficiente y puntual, rindiendo cuentas de sus decisiones, debe recordar que su posición conlleva no solo privilegios, sino también una gran responsabilidad hacia la comunidad. Cada palabra, decisión y acto cuenta. Su liderazgo ético debe influir en la sociedad y ser fortalecedor de los principios democráticos y los valores humanos.