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El derecho ajeno como límite

Por concepción legal, y por un régimen de buena convivencia, toda libertad tiene un límite de lo aceptado por la generalidad, enmarcado dentro del respeto al derecho ajeno. Pero penosamente en una sociedad con integrantes irrespetuosos de las propias normas legales, difícilmente se tenga consideración por asuntos inherentes a las buenas costumbres.

Y esto queda confirmado casi diariamente con la vigencia plena del libertinaje de personas que convierten cualquier espacio público en recinto de desenfreno, donde ponen músicas a volúmenes extremadamente altos y realizan malabarismos descerebrados en biciclos.

La buena vecindad solo importa a quienes tienen un mínimo de respeto por el prójimo.

Utilizar auto parlantes para potenciar ruidos molestos, considerados por algunos cortos de inteligencia como música, es menospreciar todo derecho ajeno de descanso, estudio y reposo por enfermedad.

Y ni siquiera es privativo de fines de semana el absurdo, repitiéndose quejas diarias por molestias inconcebibles en civilizaciones actuales. El desorden del libertinaje predomina en prácticamente toda la sociedad. Nadie cuestiona el derecho a divertirse, pero un derecho termina cuando comienza el derecho ajeno. Involucrar de manera involuntaria a toda la vecindad a una descontrolada, molestosa, y fuera de lugar festichola, vulnera nomas legales y morales.

La libertad personal nunca supera la de los demás, por lo que es momento de hacer entender a mentecatos seres que todo tiene un límite, incluso la estupidez.

No hay que perder de vista que todo desorden tiene connotación de trastorno.

La perturbación de la paz es delito, y como tal, transgredirla merece sanciones severas.

Seres que no comprendan o no les interese comprender que la desobediencia legal de paz social es inadmisible en este tiempo, no deberían compartir el mismo espacio con los demás.

La misma Policía Nacional se ve sobrepasada e incluso desinteresada en buscar evitar desmanes constantes, pues no se actúa como se debería desde instancias judiciales.

Si las inconductas no son combatidas, se extiende y se acentúan.

Establecer normas más severas permitirá la injerencia fiscal para colocar a los irrespetuosos, pillines y drogadictos bajo la línea pertinente.

Si se sigue molestando a gente trabajadora, enfermos, y menores de edad, es criminal.

No existe vida en sociedad sin marcos de conductas.

De la misma forma, padres permitiendo que sus vástagos no respeten nada, sin poner límites a libertinajes,  deberían ser penados, pues no hay mucho de natural en la permisividad de lo no correcto.

Es momento de trabajar en la reivindicación del respeto a otros, y en esto es fundamental que los padres no desatiendan deberes propios de la educación humana. Las buenas costumbres son el fundamento de las civilizaciones, por lo que el imperio del “mbareté” y del “qué me importa” no son apropiados en la contemporaneidad.

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