La corrupción es directamente proporcional al nivel de interés ciudadano sobre su propia suerte, con lo que comunidades enteras de gente poco preocupada y ocupada sostiene este mal endémico en el Paraguay.
Y en verdad que los casos de robo de la cosa pública son tan asquerosos que van desde dolo en tiempo de emergencia sanitaria, auto aumentos de dietas, pensión para fallecidos y hasta hambrear a funcionarios municipales mientras se desperdicia dinero con viajes y farras.
El país debería estar en llamas, si para el pueblo fuera intolerable la malvivencia. Ningún político ladrón podría siquiera arrimar la nariz a la calle, si la indignación existiera como conducta, si la honestidad en verdad rigiera el día a día de los paraguayos.
Si prevaleciera el discernimiento mínimo, tan solo lo básico, propio de un ser humano promedio, nadie debería aplaudir la mediocridad de gestiones como el de la Municipalidad de Ciudad del Este, y menos olvidar los descarados robos cometidos por angurrientos prietistas.
Lo nefasto es por mérito, pero no obligado a permanecer.
El statu quo solo sirve para teorizaciones de la ingeniería social, no para la praxis humana acostumbrada a la evolución.
Es casi como ir contra natura la tolerancia excesiva, no existiendo presión que someta a tragarse hieles más que la cobardía por acomodo o por pereza.
¿Cómo se entiende que desde púlpitos se apunte lo sucio de referentes, recibiendo aplausos a rabiar y se asiente cada adjetivo real, pero sin reacción práctica de afectados? Un pueblo que necesita de interlocutores para hacer valer lo suyo cae en la manipulación interesada. Un pueblo que coincide en la necesidad de que “alguien haga algo”, pero no hace su parte, merece padecimientos. O gusta o asusta, pues no solo se mete la mano al bolsillo de contribuyentes, sino se lo hace tacto rectal.
El análisis debe ser este. El poder es del pueblo, no de actores políticos.
Despertar de ese letargo es la única forma de romper con este ciclo de inmoralidades en la función pública. Quejarse de “¡que corruptos son!”, y permanecer inerte, hasta impresionarse por lucecitas mientras se destroza mejores tiempos y esperanzas de jóvenes, es de torpes. Se hipoteca futuros inmediatos ante la mirada de todos.
Se maneja el país con una estructura delincuencial. Se administra Ciudad del Este desde la perspectiva del beneficio para unos pocos, valiéndose de perros que fungen de concejales y del pávido esteño que solo observa.
Esta conjunción de lo incorrecto, incide totalmente en servicios estatales, haciendo cultura ineficiencia de alto costo. Hay molestia a la hora de pagar impuestos y la indignación exacerba, pero luego se diluye todo, hasta que se repite el ciclo. Y a la hora de elegir, se elige más de lo mismo. Entonces los méritos son propios y los líderes se siguen reflejando en la sociedad.
El escándalo más notorio y dañino es el de la pasividad ciudadana.