A cada tanto se tienen muestras de daños que generan creencias fundadas en visiones de fanatismos de demagogos que se atribuyen ser intérpretes de los designios de Dios.
Y para peor de males, en tiempos de crisis, la incertidumbre se convierte en el caldo de cultivo perfecto para que el miedo y la desinformación dirijan a muchos a asumir como verdaderos mitos y peroratas de trastornados.
La ignorancia aliada al fanatismo religioso ha demostrado ser una fuerza peligrosa, capaz de arrastrar a cientos, incluso miles de personas, hacia decisiones que perjudican su salud, bienestar y estabilidad social.
No se discute la fe, o la religión de las personas, pero sí las posturas exigidas paras “ser salvados” y donde se rechaza la ciencia como condición para no ir al infierno.
El problema radica en la tendencia de ciertos sectores a otorgar más valor a creencias infundadas que al conocimiento basado en evidencia científica. Movidos por dogmas y liderazgos que explotan la fe con fines de control, muchos renuncian a la razón y se sumergen en una obediencia ciega, sorda y muda. Se niegan vacunas, se rechazan tratamientos médicos, se satanizan avances científicos y se atribuye cualquier fenómeno a castigos divinos o supuestos planes ocultos de fuerzas malignas. Esta mentalidad no solo condena a quienes la adoptan, sino que pone en riesgo a toda una sociedad que depende de la responsabilidad colectiva para enfrentar los desafíos de nuestro tiempo.
A este problema se suma la incapacidad de distinguir la verdad de la mentira en la era de la sobreinformación y en la producción industrial de fake.
La proliferación de noticias falsas ha convertido a las redes sociales en el terreno fértil para los llamados “gurús del apocalipsis”, charlatanes, que capitalizan el miedo y la ignorancia para promover teorías conspirativas, curas milagrosas y advertencias infundadas sobre el fin del mundo. En su afán de encontrar respuestas rápidas y convenientes, muchas personas caen en la trampa de estos embaucadores, renunciando al pensamiento crítico y adoptando posturas que las llevan a padecer innecesariamente.
Las consecuencias de esta falta de rigor y sentido crítico no son menores. Enfermedades erradicadas regresan por el rechazo a la vacunación, vidas se pierden por negarse a recibir atención médica adecuada, sociedades enteras se polarizan y la confianza en las instituciones científicas y académicas se debilita. Se asumen verdades medievales desechadas hace siglos. Mientras quienes se benefician de la ignorancia continúan propagando discursos que los fortalecen y perpetúan su poder.
Por ello es de altísima relevancia que la educación y el pensamiento crítico sean promovidos como antídotos contra esta peligrosa combinación de ignorancia y fanatismo. Se debe reforzar la enseñanza de ciencias en todos los niveles y fomentar la verificación de información como un hábito cotidiano. Consumir la cantidad industrial de basura como biblia, es una de las peores enfermedades. Las plataformas digitales, en lugar de ser un canal de desinformación, deben convertirse en espacios de conocimiento accesible y confiable.
Solo una sociedad que valore la razón por encima de la superstición podrá protegerse de los peligros que implica el oscurantismo moderno.
La fe y la ciencia no son enemigas, al menos en este tiempo de la historia de la humanidad.
Tener como principios religiosos matar a otros que no profesan la misma fe, a cambio de ser recibidos por vírgenes en el Cielo, no precisamente es cuerdo. Asumir que no se deba interferir en el proceso de sanación divina, es un contrasentido a la inteligencia otorgada por el Creador para alcanzar niveles de cura a patologías, por lo que los argumentos no son de fe.
Desde el momento en que una creencia se convierte en excusa para rechazar la evidencia y alimentar el miedo, se vuelve un arma contra el bienestar colectivo, algo que no se contemplado en ninguna escritura sagrada.
El conocimiento no puede ser interpretado como del mal, pues ella proviene de la luz concebida por aquel soplo que originó vida.