Los últimos decesos de menores de edad ocurridos en Alto Paraná, y más recientemente en Guairá por falta de acceso oportuno a la medicina especializada de Cuidados Intensivos, muestran una vez más que no existió nunca real interés en optimizar, en la medida necesaria, el sistema de salud en Paraguay.
Y a más de ese aspecto de desinterés repetido de todos los jefes de estado que se sucedieron en el Palacio de López, en el rubro salud, las improvisaciones en el Ministerio de Salud Pública y de allí para los demás cargos, solo originan padecimientos y muertes.
Todo manejo errático en el ámbito sanitario conduce a deterioro de salud de la gente que depende exclusivamente del servicio para tratar de al menos mitigar patologías. Pero la mentira es mostrar una realidad inexistente, sea en infraestructura, en personal y en capacidad, es lo más abominable que puede suceder, pues se toma del pelo a gente desesperada por alguna esperanza de adecuada asistencia médica. No es de este tiempo nada más donde se montan esquemas para la foto, y luego se desvalijan salas “inauguradas” quedando la realidad miserable expuesta para quienes deben pedir compasión de intratables supuestos profesionales de blanco para que en el mejor de los casos receten analgésicos.
La ausencia del Estado por desidia es un crimen capital.
Es cierto que un Presidente de la República no puede entender de aspectos técnicos especializados fuera de su rubro, y que los Ministros y directivos ejecutan sus planes y proyectos. Pero no es menos cierto que tiene la obligación moral y legal de corroborar veracidades en torno a ejecuciones de sus propósitos y no convertirse en avalador de mediocridades.
Hay realidades inocultables, y la poca acción positiva en salud es una de ellas. En administración pública, ser ineficiente se da por ignorante o por complicidad que favorece economías propias.
No hay justificación aceptable cuando niños y niñas mueren por determinaciones de mercenarios que solo ven lucro del padecimiento ajeno, y sus propósito no tienen nada que ver con juramentos hipocráticos. A pocos referentes de hospitales estatales y de regiones sanitarias interesa salvar vidas.
No hay montaje de escenario que pueda dar alivio a la gente desesperada y la repulsión, el odio hacia los dirigentes políticos sí tiene justificación plena. Todo personal de blanco que se presta a estas bromas macabras de habilitaciones de la nada, son más de lo mismo.
Se juega con la gente, se trata de manipular al ciudadano, comenzando con malos diagnósticos de médicos torpes, con direccionamientos de pacientes a servicios privados propios o de donde se reciben propinas. La corrupción está arraigada desde la concesión de turnos hasta la receta de medicamentos.
Ese conjunto de males es lo que opaca a la salud pública paraguaya.
Si existiera un líder que prioriza a la población, se enfocaría en respuestas inmediatas y despejaría de su gabinete a quienes toleran lo indebido y defienden a los propiciadores. Debería ser vergonzoso para quienes sí tienen sangre en la cara, que con bombos y platillos se corta cintas de espacios de alta complejidad médica, para luego cerrarse, sin previsión de operatividad.
Desde la adecuada inversión del dinero público, hasta el celoso custodio de su correcto uso de modo que se dote a salud pública de adecuado ropaje, son acciones requeridas. Todos quienes fraguan contextos, y solo se acomodan en puestos, son los pesos en contra de la calidad del servicio fundamental.
Se puede mejorar toda instancia donde lideren genuinos patriotas, siendo este el mayor déficit del país. Mientras los negociados de políticos sean la constante y la tibieza del Mandatario sea la respuesta, todo seguirá igual de insuficiente. El pueblo debe tomar la posta, y mostrarse intolerable a las improvisaciones y las mentiras.