Si bien la ciencia médica describe con precisión los trastornos por ideas delirantes, siendo patologías mentales que disminuyen el raciocinio humano, alejándolo de la realidad, existen personajes que se valen de fingir síntomas para eludir reales malvivencias.
En lo persecutorio, “los pacientes creen que están siendo vigilados, espiados, calumniados u hostigados”, conforme se describe en la literatura del ámbito, agregándose que los que padecen del mal pueden intentar en varias oportunidades “obtener justicia apelando a los tribunales y a otros organismos gubernamentales y recurren a la violencia como represalia por esa persecución imaginaria”. ¿Algo similar a las excusas planteadas por alguna autoridad esteña?
Si bien no se tiene diagnóstico psicológico como para evaluar conductas absurdamente repetidas, es así que en la misma intendencia municipal de Ciudad del Este, se tiene un contagio llamativo de delirio de persecución, donde denuncias serias, críticas por ineficiencias y cualquier pedido de transparencia en el uso de recursos públicos, activan en cerebros del jefe comunal y acólitos, imaginación interesada, a fin de atribuir todo a persecución maliciosa de adversarios políticos.
Fingir demencia es otra de las “enfermedades” de las autoridades comunales. “Niego todo aquello que no puedo tolerar, y hago de cuenta que esto no existe, no pasó o no trae consecuencias”. Y es por ello que con alforja llena de denuncias penales, se tiene la tozudez de atribuirse cualidades sobrehumanas de gestión correcta, como para aspirar a la presidencia de la república.
Fingir demencia ante negociados, adjudicaciones a allegados, adquisiciones directas con sobrecostos, y contratos hasta con expertos en rufianería pasados a constructores. ¡Cuán enfermo se está!
La hipocresía intenta vender una imagen inexistente.
Si estas cuestiones solo fueran de índole personal, de manejo de propias economías, a nadie importaría, pero lo que lo convierte en un mal perverso, es que se valen del dinero del pueblo.
Esta enfermedad del robo de la cosa pública, necesita un tratamiento adecuado, basado en el escarmiento público y legal. Y esa medicina la aplica la ciudadanía, que también debe dejar de lado lo de fingir demencia ante lo que está frente a narices y actuar.
La corrupción municipal no tiene atenuantes por tener a protagonistas no colorados. La ley persigue a ladrones de guante blanco, y pese a espectáculos circenses como defensa, la claridad de los hechos y la carencia argumental, no los direcciona al manicomio, sino a la cárcel.
Los corruptos son enfermos, pero enfermos de codicia. Meros bandidos de baja monta, que tienen la capacidad de ni ruborizarse cuando balbucean honestidad y se apegan al populismo para persuadir a incautos. Es hora de romper con la tolerancia a lo indebido, y antes que seguir con el sesgo de confirmación, aplicar un pensamiento crítico que despeje la ignorancia premeditada por sentimentalismo. Evitar ver la realidad, hace normal la mediocridad administrativa y a la repetición de aplaudir a propios verdugos.