El internet, mediante un proceso de crecimiento exponencial se constituye en el elemento casi vital de relaciones humanas, más allá de lo propio del comercio, de acceso a la información y del entretenimiento. Con las redes sociales se abrió un mundo de interconectividad e interacción donde casi todos ven a todos, leen a todos y reaccionan a todo. De este mundo surgen desde profetas del apocalipsis, hasta payasos de poca gracia. Pero no por culpa de propias enfermedades mentales, sino por la cantidad de consumidores de basura y de morbo, que comparten los mismos desequilibrios. Esto no pasaría de lo anecdótico si solo fueran un grupo cerrado, donde sus tonterías fueran inofensivas.
En la era digital, los “influencer” han adquirido un poder significativo para moldear la opinión pública y generar tendencias. Cuando estos personajes se dedican a difundir contenido basado en el morbo y el sensacionalismo, los riesgos para la ciudadanía son considerables. Este fenómeno plantea serios desafíos, tanto en el ámbito individual como colectivo, pues engendros afectan la salud mental, la convivencia social y la calidad de la información que circula en la esfera pública.
Como se ha visto con la detención del poco agraciado influenciador de monos que inducía a su hermano a actos sexuales, muestra los extremos al que se puede llegar en búsqueda de atención pública y por ende beneficios económicos.
El contenido que se enfoca en el morbo, que incluye la difusión de escenas violentas, lenguaje degradante y humillaciones públicas no puede catalogarse como componente de la libertad de expresión, por lo que censurarlo es el único camino para frenar propalaciones excrementales. Se replica la violencia simbólica y se contribuye a la insensibilización de la audiencia frente a estos actos.
La exposición constante a este tipo de material puede generar una normalización de conductas abusivas, especialmente entre los más jóvenes, quienes son más susceptibles a reproducir lo que consumen en redes, pues creen que así se es “facha”.
La exposición prolongada a contenido sensacionalista tiene un impacto nocivo en la salud mental de la ciudadanía. Ansiedad, estrés y sensación de inseguridad son algunas de las consecuencias que pueden surgir. Además, los discursos que llaman al odio o fomentan el bullying en línea exacerban problemas emocionales, llevando incluso a casos de depresión o aislamiento social.
Los influenciadores que priorizan el morbo frecuentemente recurren a la exageración, la tergiversación de hechos, la difusión de noticias falsas para captar la atención y como se ha visto al mismo abuso.
El discurso escandaloso suele fomentar divisiones y polarización en la sociedad, exacerbando conflictos preexistentes, por lo que todos quienes apuntan a erigirse como científicos de la ignorancia e incendiarios del conocimiento solo guían hacia el precipicio del padecimiento innecesario. Por ello no es inocuo que un bufón, un charlatán, un psicópata tengan multiplicadas sus enfermizas creencias.
La exposición a contenido que promueve la antipatía, el racismo, el sexismo o la xenofobia genera un entorno digital tóxico que puede trasladarse al mundo “offline”, dificultando el diálogo, raciocinio y la construcción de una convivencia pacífica.
El interés malsano por cosas y personas, así como los abusos en redes sociales deben ser crímenes de alta pena, y sus influenciadores encarcelados.
Para mitigar estos riesgos, es fundamental la educación digital y la alfabetización mediática, que permita a los ciudadanos identificar y cuestionar el contenido dañino, pues sin público la porquería no subsiste.
Las plataformas también tienen un papel crucial en la regulación del contenido, estableciendo normas claras y mecanismos efectivos para combatir el abuso. Si no se fomenta la creación de espacios digitales más saludables, donde el respeto y la información de calidad sean la norma, que sirvan para indicar al ser humano sus valores enaltecedores y que proteja la esencia de todos los bienes jurídicos fundamentales, el ciberespacio no será más que un completo basurero, lugar de moscas y alimañas.