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Información y manipulación

A lo largo de la historia han surgido personas y grupos de poder que se valieron de diversos elementos para intentar persuadir sobre visiones que los favorezcan, minimizando hechos reales y validando mentiras. No solo Goebbles ha sido baluarte de esta rama y sus enseñanzas hechas contemporáneas en todos los rincones del planeta.

La manipulación se camufla en seudo informaciones, quizás siendo este el ropaje aggiornado del elemento para convencer, desmeritar y direccionar.

Vivimos en una era donde la que se sostiene como información fluye sin descanso y en tiempo real. Lo que sucede en un rincón del mundo se conoce en otro con solo un acceso a las plataformas digitales, a un clic de distancia. Sin embargo, esta inmediatez conlleva al peligro latente sustentado en la dificultad para diferenciar entre hechos verificables, interpretaciones subjetivas y manipulaciones disfrazadas de noticias.

La responsabilidad de no caer en la desinformación no es solamente de los medios de comunicación, sino también de cada ciudadano que consume y difunde información.

Es fundamental comprender que no todo lo que se publica en los medios o en las redes sociales es verdad. Muchas veces, los titulares sensacionalistas buscan captar la atención a costa de la falta de precisión de los datos. Las redes, además, se han convertido en un terreno fértil para la propagación de información falsa o tergiversada, sea por descuido, ignorancia o con intención deliberada de manipular la opinión pública.

Es de alta relevancia diferenciar la información objetiva de la opinión. Mientras que los hechos pueden ser verificados, las opiniones responden a interpretaciones personales, que por lo general están  cargadas de sesgos ideológicos o emocionales. Es natural y necesario que existan análisis y posturas diversas en un debate público sano, pero el problema surge cuando estas opiniones se presentan como verdades absolutas o se confunden con hechos.

La manipulación mediática es un fenómeno recurrente, sobre todo en contextos políticos y electorales. Existen estrategias que buscan instalar narrativas que favorecen a ciertos sectores en detrimento de otros, utilizando datos fuera de contexto o construyendo relatos parciales que apelan a las emociones antes que a la razón.

En este escenario, el pensamiento crítico y la educación mediática son herramientas imprescindibles.

La ciudadanía debe asumir un papel activo en la verificación de la información que consume y comparte. No se debe tragar todo, sin antes masticar lo que se sostiene como hecho acaecido o por suceder.

Consultar fuentes confiables, contrastar versiones y cuestionar el contenido antes de replicarlo son acciones esenciales para evitar ser víctimas o cómplices de la desinformación. Ante determinados hechos vestidos como datos, basta con mirar fuera de puertas y ventanas como para corroboraciones de certezas o ilusiones.

Los medios escritos, televisivos, y radiales, deben mantener el compromiso con la veracidad y la ética periodística, no solo congraciarse con fines políticos y comerciales. Por su parte el pueblo debe fortalecer su capacidad de discernimiento.

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