La ciudadanía se ha acostumbrado a observar numerosas prácticas de nepotismo y amiguismo en las diferentes instituciones del Estado, hasta hace poco sin mucha reacción, por la práctica común y lo corriente en que se ha convertido.
Este sucio privilegio era uno de los males que tanto criticaban los hoy referentes del Gobierno, que prometieron erradicar de la función pública. Sin embargo, estas prácticas siguen tan constantes que incluso son utilizadas como propias del mandato popular, por sinvergüenzas de todos los partidos políticos representados en el Congreso.
“Chonguismos” han encaminado a ineficiencias y derroches en detrimento de la mayoría.
Esta inmutable inmoralidad, de traficar influencias para nombrar a propios en estamentos con paga del Estado, fue y es el peso en contra de lo pretendido en materia del servicio público.
Y como lo malo también es legado, corruptos heredan prácticas a su sangre y estos se atornillan con los privilegios inmerecidos desde temprano, asumiendo el papel de imberbes componentes de la corrupción. El político de medio pelo, el mercenario, siempre quiere elevar a estamentos de poder a la parentela, creando castas que sobreviven el estilo de parásitos a costa de otros, y en este caso puntual a expensas del pueblo.
La mayoría del pueblo paraguayo no acepta esto, salvo que lo privilegie.
Nadie se salva de la generalidad y ninguno está totalmente limpio del tráfico de influencias para acomodar a parejas oficiales, hijos, ahijados y amantes.
El desprenderse de mezquindades y visiones pequeñas, para dar vida a la anhelada igualdad de oportunidades, desechando el penoso padrinazgo, hasta la fecha no ha sido opción.
El Paraguay se encuentra en una incipiente renovación, donde autoridades, líderes políticos y ciudadanía deben apuntar a la moralización de la función pública.
Todos hablan de dar paso a la calidad mediante méritos y aptitudes, pero son pocos los que se someten a ella, pues se instaló desde hace mucho tiempo atrás, el engranaje que privilegia a los privilegiados, no a los comunes.
La más pesada carga para el Gobierno la originan propios aliados, pues la propuesta de estar mejor primero debe darse para propios y familiares. Nada cambió y todo sigue siendo desvergonzado. Lo que sí debería variar es la pasividad ciudadana y abrir paso a acciones de presión que reeduquen a los de la clase política. La falta de vergüenza debe ser curada con presiones del pueblo.
Es el ciudadano quien paga salarios a planilleros y analfabetos funcionales, por lo que el verdadero patrón debe asumir su rol. Caso contrario es mejor guardar silencio.
La memoria del paraguayo sigue siendo débil, por lo que constantemente se fomenta irregularidades que podían terminar. Por algo la corrupción goza de perfecta salud, pues a pesar de malas experiencias, se vuelve a optar por los mismos.
Lo irregular debe dejar de ser normal, y para ello los afectados directos deben actuar en consecuencia, dejando claro que politiqueros no pueden seguir teniendo cabida en poderes del Estado.