En el actual escenario político del Paraguay, como ocurre casi siempre, es fundamental que la ciudadanía se mantenga atenta y crítica ante llamados a movilizaciones que, arropados de genuinas demandas sociales, surgen como estrategias de ciertos actores políticos para posicionarse en la opinión pública.
En un país donde la movilización ciudadana ha sido históricamente una herramienta clave para la defensa de derechos y la exigencia de justicia, es preocupante que algunos sectores intenten instrumentalizar estas expresiones legítimas con propósitos meramente electorales o de desestabilización.
Secundados fuertemente por conglomerados de medios de comunicación con fines comerciales, muchos profetas del apocalipsis potencian sus voces y se magnifican circunstancias solo para zozobrar, lejos de fines realmente patrióticos.
Si bien la protesta y la manifestación son derechos consagrados en la Constitución Nacional, su uso irresponsable y con impulsos partidarios, menosprecian este fundamental instrumento democrático.
Cuando se mezclan intereses de gente con hambre de poder, con reales requerimientos comunitarios, se corre el tremendo riesgo de ser utilizados para generar divisiones innecesarias en la sociedad.
En tiempos de crisis o incertidumbre, los oportunistas políticos buscan aprovechar el descontento popular para proyectarse como líderes o figuras de cambio, sin ofrecer soluciones reales ni compromisos a largo plazo. Pescar en río revuelto, no hace a nadie fenomenal político, y el oportunismo debe ser mal visto.
Por ello, es crucial que la población en general analice con detenimiento quiénes convocan a una manifestación, cuáles son los intereses detrás de estos llamados y qué impacto real pueden tener en la construcción de un país más justo y equitativo. La desinformación y la manipulación mediática son herramientas recurrentes en estos intentos de protagonismo político, por lo que es fundamental contrastar fuentes, cuestionar discursos y evitar ser parte de estrategias que solo buscan réditos personales o partidarios.
La ciudadanía impulsada por su propio deber, tiene que hacer que su lucha esté despejada de aprovechadores con el mismo nivel de codicia de mercenarios que menosprecian sus obligaciones y desangran esperanzas de tiempos mejores.
El verdadero cambio social no se construye desde la improvisación ni desde la búsqueda de beneficios individuales. Se logra con la organización consciente, el debate informado y la participación activa de una ciudadanía que vela por el bienestar común, sin caer en juegos políticos de quienes ven en la coyuntura una oportunidad para su propio ascenso, que por méritos propios sería imposible.
Es responsabilidad de todos fortalecer una cultura de participación democrática basada en principios y no en intereses coyunturales. Solo así podremos avanzar a buen puerto en un país carente de líderes útiles y con una ciudadanía en demasía quieta.