La situación creada por la inseguridad coloca en vilo a la generalidad, creando un ambiente de miedo y desconfianza, totalmente correspondientes.
La criminalidad tiene incidencia por impunidad, con efecto rebote, por lo que respaldos, apoyos o inoperancias venidas desde la misma Policía, Fiscalía y autoridades políticas, tarde o temprano terminará por devoluciones de gentilezas.
A cada tanto aparecen situaciones que dejan al descubierto secretos a voces, con el actuar criminal de propios agentes policiales.
La impunidad avalada por quienes ostentan el poder fiscal, judicial y político, terminará por salpicar a la generalidad. Y de hecho eso se siente con intensidad.
La acción de la mafia es como una epidemia que se extiende sin oposición, y no mide camaraderías, por lo que si algunos que se benefician de esta amistad peligrosa con marginales en pos de beneficios económicos, puede salirse del control.
La población convive con la criminalidad, y en tantos casos con protagonistas del cuadro policial. Si no se cometen actos, se inventan, a fin de despojar dinero. Se plantan estupefacientes para incriminar y extorsionar.
La insanidad social tiene como referentes a varios miembros de la Policía Nacional, el Ministerio Público y el Poder Judicial, que ven en el dinero fácil una forma de vida realmente única. No es solo un estamento, sino una conjunción de personas con influencias en instituciones para hacer prevalecer la malvivencia que genera buen dinero.
La responsabilidad compartida ante la preeminencia de lo ilegal, no excluye a ningún sector de la población. Urge encontrar acciones generales, contundentes e inmediatas.
Muchos de los popes del crimen de todos los tenores imaginables, han sido benefactores del deporte, protagonistas de ayudas sociales, y hasta respaldos económicos a políticos de todos los signos, es decir convivían como el resto solo siendo visto su dinero como carta de presentación.
Este tipo de hechos generan impactos en la comunidad, pero penosamente someros, diluidos con el paso del tiempo, y luego todo siegue igual.
La indiferencia tiene el límite hasta que toca experimentar en carne propia.
La mafia, en todos sus contextos, no es para mezclarla con gente honorable del deporte, el periodismo, la política, policía y funcionarios públicos.
Nunca será correcto mezclarse con actores de lo incorrecto. Y ello se acentúa cuando se habla de miembros de la justicia, fiscalía o policías.
La ley de la marginalidad se aplica sin distinción, por lo que despertar conciencias a aquellos que conviven, o utilizan a criminales, es necesario si no se quiere sufrir la pena.
La credibilidad de las instituciones encargadas de velar por la ley y el orden, ayudará a sostener lo correcto como regla.
Una comunidad donde el dinero es lo que marca pautas, está destinada al dominio de las mafias, teniendo como guardaespaldas a quienes deberían combatirlos y custodiar a los honestos.
La población no puede ni siquiera sentir cariño por quienes son miembros del submundo, pues estas plagas carcomen la esencia de la sociedad y terminan por contaminar más de la cuenta a quienes los manipulan sin las debidas precauciones. Por más que en varios casos asisten materialmente más que las instituciones.
Lo correcto no es negociable ni atenuable.
La marginalidad no sobrevive en una sociedad donde se detesta lo ilegal y se tiene conciencia de lo que implica ser comprado.
Las fuerzas policiales, fiscales y exponentes políticos, están obligadas a marcar un límite de distancia con quienes viven al margen de la ley. Ser y parecer debería importar.