No existe ni existirá atenuante alguno para justificar actos de corrupción practicados por funcionarios públicos, por lo que buscar solo mostrar vínculos con la mafia de fulano, estando en la misma bolsa, es ridículo e hipócrita.
El tráfico de influencias, el uso discrecional del dinero de los contribuyentes y las presiones políticas, deben ser intolerables. No porque sean opositores al gobierno central, las malvivencias cometidas por los mismos, al ser descubiertas, pasan por arte de magia a convertirse inmediatamente en persecución. Es así que “paladines de la justicia” para medios de comunicación y parte de la sociedad desinformada, vociferan contra estafadores oficialistas, siendo igualmente defraudadores de la confianza del pueblo, cometedores de abusos sexuales y defensores del uso de estupefacientes. Hay demasiados chanchos hablando de higiene.
Una cosa no quita la otra, por lo que el pueblo en general debe tomar postura, y asumir sin titubeos que la corrupción es enemiga. Toda acción corrupta, cometida por afines o adversarios es dañina, y como tal debe ser sancionada con la misma rigurosidad que se exige escarmientos para otros de la misma laya.
Sean los Prieto, Abdo Benítez, Peña, Velázquez, Cubas, Arévalos, tienen que ser medidos por la misma vara, y recibir el castigo de la ley y de la sociedad que vivencia la honestidad. Los nombres no pueden seguir dando motivos de análisis distorsionados por parte de los medios de comunicación y los órganos jurisdiccionales.
No hay corrupto que sea “amigo”, pues trasgreden normas morales y legales para favorecer o favorecerse, por lo que son delincuentes, así como quienes los defienden por intereses compartidos. Lo que está mal está mal, guste o no, favorezca o no.
Repetir como loros lo de “por qué antes no denunciaban lo mismo”, es delatarse en el pensamiento del delincuente.
Este mal deben ser arrancado de raíz, pero para ello, la ciudadanía debe radicalizar sus exigencias y vivencias.
No hay otra forma de recomponer las cosas. Si la comunidad no se sacude y exige de una buena vez que sus referentes actúen en pos del pueblo y sus intereses, todo seguirá igual o peor. Si sigue existiendo lo incorrecto en la gestión pública, es por la complicidad de sectores de la sociedad paraguaya, ya sea por migajas recibidas o mayormente por el desinterés en hacer su parte.
¿Si la mayor parte del Paraguay está integrada por gente honorable, cómo es posible que sea inmutable el imperio de la corrupción? Se elije a representantes con nefastos antecedentes y se defiende a mercenarios. No es por generación espontánea que se tienen a gobernadores, intendentes, senadores, y diputados con codicia extraordinaria por el dinero de la gente. Se opta por verdugos, y se hace caso omiso al deber de establecer un basta a lo irregular de representantes en estamentos de poder.
Hay que efectivamente detestar lo no correcto, y ser implacable contra protagonistas de actos fuera de la ley, sean ellos rojos, azules, o naranjas. La indignación selectiva también es deshonestidad.