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La corrupción no es privativa de la clase menos pensante

Como una regla poco quebrantada, siempre se es experto en visualizar desaciertos de otros, y asumir una miopía para los males propios. Y otro aspecto poco objetivo tiene que ver con dar monopolio de la corrupción solo a la clase política, cuando la misma es pandémica e incrustada en esferas de la autodenominada clase pensante.

Y no es novedoso el predominio del tráfico de influencias, nepotismo y malvivencia común, en estamentos de la Universidad Nacional del Este. No es leyenda urbana.

Y recurriendo a la memoria reciente, y a los mismos registros de denuncias formales, muchas presentes autoridades de la UNE, de sus unidades académicas, no precisamente mostraron altura ética en contextos de manejo de cátedras, y ante episodios que afectaron a hermanos de logias.

La ciudadanía, incluso la menos interesada en asuntos académicos, ha sido testigo en su momento de procesos pre-asamblearios que se convirtieron en propios de una mediocre campaña política de tierra adentro. Y es tan igual la inconducta que todos los que no están conformes con manejos en facultades y el mismo rectorado, padecen desde ataques por redes sociales, hasta chantajes laborales y académicas.

Hijos, parejas formales e informales, no solo son nominados en el Congreso, sino en instancias académicas. No solo politiqueros se creen dueños de espacios sino docentes que tienen bendiciones mediante acuerdos no precisamente por currículo.

“Une no te calles” ha sido el punto más alto del movimiento estudiantil que desnudó  desprolijidades administrativas, vigencia del “chonguismo” y despilfarros, por lo que hay mucha historia nefasta en el mundo universitario. La suciedad salpica a la generalidad de las unidades académicas, por lo que el Campus no es precisamente Tierra Santa.

Toda comunidad científica, primordialmente la representada en la universidad pública, debe destacarse por impactos relevantes en la sociedad, pues toda investigación debe apuntar a responder a una inquietud comunitaria, y su aporte debe ser visible, viable y de resolución.

De la misma forma, las autoridades, incluidas las universitarias, deben tener altura ética y genuino interés por cumplir misiones.

Los referentes tienen la obligación moral y legal de desterrar viejas prácticas de malos manejos administrativos y financieros, cortando la mano a quienes bajo títulos de maestría y doctorado, solo están para sumar en peso muerto al proceso de uso correcto de recursos del Estado. Proteger a iguales es también fomentar la impunidad.

Muy poco ha cambiado en la presente gestión, en comparación a los idos, con lo que difícilmente cambie la suciedad aún impregnada.

La Universidad, al ser solventada con dinero ciudadano, no está exenta del juicio popular y legal, por lo que por más títulos que se tenga, la honorabilidad debe ser brújula de conductas. Buscar siempre el interés personal, es la misma práctica de la sucia politiquería por lo que cada vez existen menos diferencias con la actividad criticada a rabiar mirando a poderes del Estado.

Se espera mucho de la clase pensante, no sólo en conocimientos científicos, sino en conducta y protección de lo correcto, por lo que Decanos deberían asumir posiciones en consecuencia, marcando con el ejemplo desde adentro para fuera. No hay que olvidar que delitos y crímenes tienen mayor reproche cuando los que los cometen están en posición de garantes y absolutamente con conocimiento de consecuencias.

El hecho define a las personas. Ser malviviente, no queda atenuado por un título universitario.

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