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La culpa de los medios de comunicación

Los medios de comunicación siempre son tenidos como molestosos para autoridades de diversos rubros, entre ellos políticos locales o nacionales, malvivientes que utilizan uniformes o referentes de sectores privados que no precisamente se manejan dentro de los criterios de legalidad.

Pues resulta que, emisiones radiales, publicaciones televisivas y principalmente de la prensa escrita, al cumplir el rol de informar sobre arbitrariedades o dudas en aspectos de la seguridad, o en la paupérrima labor de administradores de instituciones públicas como la intendencia, están al servicio de los “malos”, o tienen intenciones extorsivas.

Nadie atenta contra la estabilidad gubernamental o es “contrera” por analizarse acciones o inacciones. Pero como es propio, lo primero que se escupe ante denuncias de irregularidades, es el gastado discurso de persecución política.

Retratar hechos de corrupción, que desnudaron conductas de muchos impolutos, no es más que mostrar reales rostros de malvivientes que menosprecian a la ley y al pueblo.

Constituirse en enemigo de la veracidad, no precisamente es de inocentes.

Es un desatino irracional echar la culpa a los medios de comunicación por el acecho de la criminalidad y que policías en ejercicio estén hasta el cogote metidos en los hechos punibles.  Robos, asaltos y homicidios no son inventos de la prensa.

La mayoría de los medios independientes sufren ataques de intendentes, quienes antes que demostrar transparencias, se pasan chicaneando ante la justicia y eludiendo responder documentalmente cuestionamientos. No es la prensa la que despilfarra dinero del Estado o de municipios, no fueron los medios que cometieron dolo en tiempo de emergencia sanitaria.

Los medios de comunicación no son los encargados de asfaltar calles en deplorable estado, de velar por la salud pública de los ciudadanos, ni tampoco de contratar a lamebotas con dinero del contribuyente, mientras miles de profesionales altamente capacitados no logran ni siquiera arrimarse al balcón de una institución estatal.

No fueron periodistas los que negociaron con compras de buses, organizar con dinero de la gente festivales o de proyectos baladíes de hermoseamiento con altísimo costo como la Navidad sustentable.

Los que ostentan poder solo se pasan evadiendo responsabilidades, incluso hasta cuando las evidencias son irrefutables. Hasta la fecha en lo que sí fueron buenos, es haciendo discursos de auto-halagos, aunque con esto no se espanta mosquitos.

No es menos cierto que la tergiversación de información es un mal presente en algunos medios de comunicación, pero no en el porcentaje que se intenta hacer creer desde intendencias comunales, o de mismos estamentos policiales.

No se actúa contra una persona en particular, sino contra la ineficiencia, inoperancia, hipocresía y el desperdicio del dinero de la gente, siendo deber primero de los medios mostrar lo que es, incluso si no conviene.

Publicar desaciertos de pseudos políticos no puede ser tomada como ataque por quienes no tienen nada que ocultar. Es propio en el inmaduro e irresponsable, intentar arrojar cargas sobre hombros ajenos, y mejor todavía si ese peso se traslada hacia sectores de donde proviene el dedo señalador que desnuda verdaderas esencias.

Bravuconadas solo sirven para exponerse ante la gente con capacidad de discernimiento, por lo que es momento de encarar las críticas como puntos evaluables para reencausar acciones en la gestión de la cosa pública.

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