El imperio de la delincuencia en cualquier lugar del mundo, es un motivo para vergüenza gubernamental, por la confirmación de la inutilidad concreta de las instituciones encargadas de velar por la seguridad de las personas y sus bienes. El orden público se rompe cuando el predominio del miedo rige sobre la vida de la ciudadanía.
Los sucesivos hechos delictivos en el Este superan los mismos registros pasados por salón de belleza, con lo que no hay forma de minimizar contextos de inseguridad. La osadía de la delincuencia es directamente proporcional a la mediocridad policial, con lo que la regla sigue inquebrantable.
En una dimensión donde la decencia es irrompible, los directores y jefes policiales no podrían siquiera conciliar el sueño ante el libertinaje en el actuar de criminales, que hacen de la suyas mañana, tarde y noche, sin mucha oposición. Cuando no hay paz y tranquilidad en la sociedad, es porque fallan los estamentos en garantizarlas. Y son las cabezas las directamente responsables de los quebrantos permanentes.
Tocar la oreja a la policía no debería tener el rigor de la tabla del uno. Salvo que lo único que importe sea el lucro con el ambiente de zozobra.
No existe seguridad, y pese al cambio de titulares policiales, ni siquiera se ha visto modificaciones sustanciales que intenten mostrar prontitud debida en labores. En ese mismo sentido, el Ministerio Público no está exento de obligaciones incumplidas, pues toda pereza o connivencia, completa el círculo vicioso para la jerarquización de la delincuencia.
Desde el Presidente de la República, hasta el último suboficial policial deberían estar hartos de ser burlados por las “aves de pico encorvado”.
Dejar en ridículo a la Policía Nacional es tan corriente, que antes que causar motivación para fortalecer luchas contra las organizaciones mafiosas, lo que hace es aplicar el instinto de avestruz.
No se duda de la existencia de correctos agentes, pero ser vapuleados por bandidos no puede hacerse costumbre, sin que ello haga que se despabilen para actuar en consecuencia. Ser buenos teóricos, o en retóricas, no sirve. Hasta ahora se hace añicos a la policía regional.
La situación en el Alto Paraná es desesperante, con golpes de bandidos tan sucesivos que uno no recuerda en qué semana no se tuvo actuar de atracadores. Se es goleado en atracos de baja, mediana y alta monta, por lo que el partido está como para cambio de técnico y todo el equipo.
Sin acciones no sirven buenos propósitos. Sin resultados no existe labor policial aplaudible.
La cuestión de premura es por lo desesperante para la población honesta que día a día está siendo despojada en sus propias viviendas del fruto de años de sudor y lágrimas. Si no se tiene la condición adecuada para al menos debilitar la criminalidad, entonces es también criminal permanecer en cargos. La ciudadanía necesita de su policía totalmente activa y odiando a maleantes, dando prioridad a su deber, no solo a su haber.