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La satanización y la banalización

El contexto político del Paraguay replica la peligrosa dinámica donde la confrontación prima sobre el debate serio y la búsqueda de soluciones. Los actores del poder siempre están caminando por los extremos. Por un lado, la oposición comete el error de satanizar todo lo que el oficialismo impulsa, sin analizar con objetividad los posibles aciertos o beneficios de ciertas políticas, visualizando siempre los puntos negros,  midiendo todo con fatalismos. No se discute lo irregular, lo que está mal lo está, pero solo atinar a dar énfasis a lo negativo, impide la construcción de consensos que podrían favorecer al país en su conjunto. La crítica sistemática y sin matices termina por desgastar la confianza de la ciudadanía en cualquier alternativa política, reforzando el escepticismo hacia quienes buscan presentarse como opción de gobierno, pues al final hay poco de patriotismo y mucho de pretensiones electorales. La foja de los interlocutores los delata.

En el mismo tenor, el oficialismo tampoco está exento de fallas en su forma de gestionar la crítica o las denuncias de corrupción. En lugar de atender con seriedad los cuestionamientos sobre programas que presentan deficiencias o dudas sobre su manejo transparente, la mayor parte de las veces opta por banalizar las observaciones y descalificar a quienes las formulan. Este enfoque erróneo erosiona la transparencia y la rendición de cuentas, a más de contribuir a un clima de polarización que impide el perfeccionamiento de las políticas públicas.

En lugar de asumir las críticas como una oportunidad para corregir errores y mejorar la gestión, el gobierno cae en una postura defensiva que lo aleja del diálogo constructivo tan necesario para edificar algo de bueno.

Ambas posturas, tanto la oposición destructiva como el oficialismo impermeable a las críticas, terminan afectando a la ciudadanía, que queda atrapada en un juego de desgaste político sin respuestas concretas a sus problemas.

Ambos bandos, secundados por medios de comunicación con la mismísima visión sesgada, propalan apocalipsis y edenes conforme sus propios intereses económicos.

En el juego del poder no hay santos, incluso quienes aparecen como reservas morales y paladines de la justicia mediática.

La satanización y la banalización son herramientas de miserables, de bandos guiados por codicias que poco o nada suman para el bienestar general.

Paraguay necesita con urgencia una clase política más responsable, capaz de diferenciar entre la crítica legítima y la oposición por la oposición misma, así como un gobierno dispuesto a reconocer y corregir sus errores en lugar de desestimarlos.

Las malvivencias oficiales no son justificables, así como solo destacarse por ataques oportunistas no convierte en santos salvadores de la patria.

Solo con un debate político más maduro y menos dogmático será posible avanzar hacia soluciones efectivas y sostenibles para el país.

Esta modalidad de “guerrilla” es siempre peligrosa, pues las víctimas son ciudadanos. La población debe percibir que el conflicto es por intereses, y no precisamente los suyos.

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