No solo en tiempos de crisis, sino en temas de necesidad social donde el apoyo gubernamental es insuficiente, la solidaridad se convierte en algo vital para mitigar las penurias de las comunidades más vulnerables. La solidaridad se manifiesta en actos de generosidad y empatía. Acciones que generan alivio a sufrimientos y por sobre todo esperanza.
Ante desgracias ciudadanas causadas mayormente por embates de climas extremos, y en otras ante programas que ayudan a mitigar patologías severas, como las surgidas de Teletón, Apamap, etc., el importante apoyo es de la gente común y corriente.
Desde la provisión de alimentos, vestimentas, medicamentos, dinero en efectivo y hasta un lugar para guarecerse, forman parte de asistencias no oficiales que demostraron que el interés por los menos favorecidos no ha cesado, que la solidaridad real sigue sobresaliendo pese a necesidades propias. Estos gestos, aunque a veces parezcan pequeños, tienen un impacto profundo en la vida de quienes los reciben.
Además, la solidaridad tiene el poder de empoderar a las comunidades, permitiéndoles tomar el control de su propio destino, no solo quejándose por desidias y desdichas.
Cuando las personas se unen para abordar problemas comunes, desarrollan un sentido de pertenencia y responsabilidad compartida que es esencial para el bienestar colectivo. De hecho que la responsabilidad estatal no se ve cortada o limitada con ello, por el contrario, está compelida a hacer sostenibles los programas especializados o en dar soluciones integrales a daños cíclicos.
La acción solidaria enriquece a quienes la practican, fomentando valores de empatía, respeto y cooperación. En un mundo cada vez más individualista, este valor nos recuerda nuestra humanidad compartida y la importancia de cuidar unos de otros.
En medio de tanta pobreza moral y espiritual de dirigentes y líderes políticos, en cada campaña solidaria, hay respuesta de la gente.
Ciudadanos sin ningún interés más que dar una mano a los damnificados o necesitados por atenciones terapéuticas especializadas, colocaron los valores humanos en el más alto pedestal de lo trascendental, dando permanente bofetada a bastardos políticos que fungen de representantes del pueblo.
De hecho que no solucionan los problemas sociales, pero al menos se cumplen roles sociales, sin discriminación o interés electoral.
Involucrarse decididamente en ayudas, sin importar colores partidarios, ideologías y religiones, es lo verdaderamente concordante con la solidaridad.
Pero no deja de ser cierto que el pueblo debe cumplir con ese valor de manera permanente, sin olvidar que debe exigir a quienes ostentan el poder, tanto en municipios, departamentos y a nivel nacional, más acción y menos habladuría o críticas, pues para ello son pagados con dinero de la gente.
La solidaridad no debería suplir acciones oficiales para dar algún tipo de respuestas a constantes necesidades de una franja importante de la ciudadanía.
Por medio de la unión y el apoyo mutuo, se puede aspirar a construir una sociedad más justa y equitativa, donde nadie quede atrás. La solidaridad no es solo una respuesta a la necesidad, sino una afirmación de la capacidad para hacer una diferencia positiva en el mundo presente.