Desde hace un buen tiempo que la política ha sido destrozada y sustituida por la ciencia de los ladrones, donde con y sin guantes blancos sobreviven sus actores rompiendo todo lo relacionado con lo correcto y de interés general.
La incidencia de la política en todas las instancias del Estado siempre ha sido parte de la esencia del mando-obediencia, pero el surgimiento de la politiquería, hijo paria del rubro, desencadena todo lo que el pueblo aborrece, pero llamativamente tolera.
Y es la politiquería la que está plenamente vigente en el país, el verdadero poder, donde sus exponentes, el 99,9% de autoridades electas por la ciudadanía e impuestas por estos últimos en los demás estamentos, vulneran delimitadas funciones, potestades y prohibiciones, como si la Constitución y las leyes solo fueran diseñadas para los demás.
Si hasta la misma Carta Magna es franqueada casi periódicamente, entonces no hay cimiento no tocado por malvivientes de la cosa pública.
La politiquería barata fuerza a que resoluciones judiciales sean planteadas a la medida de diputados, senadores, ministros, y apadrinados. Atenúa investigaciones fiscales y arropa a delincuentes con el manto de impunidad. El real fuero proporciona la politiquería.
Las reglas solo rigen para el de apellido pueblo y para quienes no tienen la condición económica que los equipare con las necesidades de ladrones.
Hasta los cargos en instituciones públicas deben tener el aval del poder seudo-político, pese a discursos de cambios y meritocracia. Que lo digan hijos, esposas y amantes de exponentes del Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
Las condiciones normativas de idoneidad, honestidad, y buena reputación para ocupar cargos públicos, no son más que poesía. Los que concursan para cargos de magistrados, deben a más de dinero, tener las bendiciones de la “cosa nostra” bipardista y anexos partidos políticos impolutos de marketing, para integrar ternas, con lo que se explica el direccionamiento de la corrupción judicial.
El verdadero poder es el de nefastos personajes de la política, que hacen y deshacen conforme propios intereses.
Hasta la clase pensante es manipulada, pues los tentáculos se extienden a sectores privados, haciendo que todos deban estar al servicio, so pena de sufrir llamativas consecuencias.
Todo se centraliza en la política, o mejor politiquería.
Pero es el pueblo el que con su tolerancia excesiva crea delincuentes de cuello blanco, permitiendo la formación de séquitos con el que extienden incidencias.
Mientras el monopolio sea de la politquería nada cambiará en el Paraguay. Mientras el peso de las leyes no sea efectivamente para todos, la impunidad no cesará. Mientras el poder detrás del poder sea el ejercido, no se tendrá verdaderas autoridades.
El dominio de lo fáctico crea un país con estructura a la medida de organizaciones mafiosas.
Los cupos políticos no son para equilibrios, sino para privilegios, por lo que no ejerce ningún beneficio para la población en general.
Es momento de forzar un cambio desde abajo, a fin de zozobrar la institucionalización de lo incorrecto, y que así caigan los titiriteros y con ello arrastren a quienes solo están al servicio de despojar el dinero público. Es urgente una recomposición de la clase política, donde ya no tengan cabida bandidos, traficantes de influencias, y por fin sobresalgan patriotas con acción única hacia el bien común.