Una penitenciaría o cárcel, en términos generales, es una institución investida por el Estado vía ley, para encierro de personas que se encuentran condenadas por la transgresión a normas pre-establecidas que tiene como carga la privación de libertad. De la misma forma, aquellos acusados por la comisión de ciertos delitos tienen el mismo destino, hasta tanto se defina responsabilidades, bajo ciertos criterios que efectivamente pudieran ser discutibles.
Ahora yendo a la realidad, las cárceles del país, más bien son espacios de hacinamiento de personas, donde los malvivientes son la verdadera ley, desafiando incluso al mismo Estado como se ha visto desde antaño.
Si un gobierno no tiene siquiera capacidad para manejar las normas en penitenciarías, entonces la mediocridad es absoluta.
Es una verdadera vergüenza primero, que un delincuente sea el que marca las pautas en una cárcel como Tacumbú, mande asesinar sin contemplación y segundo que se tenga que negociar con él para tomar la acción debida de trasladarlo. Que se tomen institutos penitenciarios por marginales se ha vivido en casi todos los países del mundo, pero de igual manera se han visto acciones contundentes de las fuerzas para dejar todo en orden. Con la severidad debida, con la firmeza que corresponde, pues no se puede esperar que la violencia sea manejada con el diálogo, con gente que no lo tiene como opción.
Los delincuentes deben ser tenidos como tales y no pueden permitirse dejarlos con prerrogativas de jefes internos y al mando de organizaciones que delinquen desde penales. No puede seguir siendo normal que los mafiosos fortalezcan grupos criminales hasta en las cárceles, y que los del Gobierno solo observen.
Se dan pasos relevantes, con sacar la alfombra para ver suciedades por debajo, con romper la comodidad de pillos dentro de prisiones. Pero solo hacer un “chake” para desalojar a un malviviente y sustituir nombres pero no el sistema imperante, seguirá siendo más de lo mismo.
Las cárceles deben cumplir con su cometido, siendo el Gobierno responsable único de recomponer su esencia.
Adecuar los institutos de privación de libertad para que sean espacios con estructura para seres humanos y que no imperen mafias dentro y fuera de ellas, es la consigna urgente.
Hacer costumbre reacciones institucionales contra la corrupción de directores de penitenciarías, así como de los encargados de seguridad, ayudará en la recomposición de objetivos denigrados. Las cárceles deberían igualar a los que merecen privaciones, no generar jerarquías de mando-obediencia y ser fuentes de recaudación en negro.
Contar con establecimientos de alta seguridad y destinar a quienes no se adecuan a la buena conducta y al irrestricto respeto a las normas penales, ayudará corregir la anormalidad dominante.