La falta de credibilidad de las autoridades nacionales y locales en Paraguay, representa un desafío significativo para la gobernabilidad y el propio desarrollo del país, ya que el pueblo, en su gran mayoría, enfatiza aspectos negativos por sobre cualquier otro eventual propósito.
La justificación detrás de la actitud de pensar mal primero para luego pensar, es hasta racional, ya que por tantas malas experiencias padecidas, promesas, compromisos y acuerdos incumplidos, siempre generan más dudas que certezas.
La falta de credibilidad es factor determinante que erosiona la confianza entre los ciudadanos y las instituciones gubernamentales. Esta desconfianza lleva a una sociedad más fragmentada y menos cohesionada. Cuando la gente no confía en sus líderes, es menos probable que participe en procesos democráticos como las elecciones, dando casi siempre la falta de una legitimidad apropiada a gobiernos electos.
La percepción de corrupción aumenta cuando la credibilidad de las autoridades está en duda. La gente puede asumir que todos los funcionarios son corruptos, lo que perpetúa un ciclo de corrupción y falta de transparencia.
Las dudas desencadenan protestas y conflictos sociales.
Los ciudadanos descontentos recurren a manifestaciones y otras formas de resistencia para expresar su frustración y demandar cambios. Si bien es absolutamente antipático para terceros y afectados no directos cualquier medida que perjudique derechos de circulación o pérdidas de clases, no deja de ser algo apropiado.
Sin el respaldo y la confianza de la población, las autoridades encuentran más difícil implementar políticas y programas, por lo que no es menor la percepción ciudadana.
Si la gente cree que sus líderes no son dignos de confianza, pueden ser más susceptibles a apoyar soluciones autoritarias o antidemocráticas, por lo que el riesgo de lo que se viene repitiendo periodo tras periodo, es elegir lo que no se eligió como opción, pudiendo el repudio presente ser trampolín para que nefastos ocupen el poder.
En un contexto donde los abusos de poder son percibidos como comunes, los ciudadanos adoptan la actitud de sospecha como un mecanismo de autoprotección. Pensar mal primero, puede ser una forma de protegerse de posibles engaños o manipulaciones.
La historia de corrupción y mala gestión en instituciones del Paraguay, es parte del clisé que porta la clase política local y nacional, por lo que desemboca del ciudadano a asumir “per se” lo peor de sus líderes. Las experiencias pasadas negativas refuerzan la idea de que es más seguro desconfiar antes que confiar ciegamente.
La falta de transparencia en el gobierno alimenta la desconfianza. Cuando las autoridades no son claras o no proporcionan suficiente información, la ciudadanía tiene el deber de asumir que hay algo que esconder, y no precisamente bueno. El constante incumplimiento de promesas por parte de los líderes políticos obliga al cinismo y la desilusión. La presencia continua de escándalos de corrupción y malversación de fondos públicos refuerza la justificación de desconfiar primero. Para la comunidad pasó a sentir que es más realista y prudente asumir la culpabilidad hasta que se demuestre lo contrario, por lo que salir a las calles ante eventualidades de ser cercenados en derechos, corresponde.