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Lo vil no puede ser protegido

Corporativismos en estamentos como la educación, función pública, empresas y en las mismas iglesias, de las religiones que fueren, para cubrir la inmundicia del acoso, no pueden seguir vigentes en el presente.

Apelar a la protección de delincuentes acosadores siendo docentes, encargados de organizaciones y entidades públicas y privadas, solo favorece la multiplicación de la malvivencia y el padecimiento de víctimas de la cobardía de seudo-hombres que presionan para ser considerados por mujeres preferentemente.

La gravedad del hecho, crece cuando lo vil es protegido en escuelas y colegios, donde la posición de garante de directivos y profesores los compele a ser íntegros y a cargar con mayor responsabilidad del cuidado de alumnos y colegas dependientes.

Callar denuncias de presiones de energúmenos para lograr algún acto sexual, es inflar la delincuencia y merece sanciones penales correspondientes. La coacción es delito, independientemente a títulos de profesor o religioso.

Es abominable que en una institución tan importante y emblemática como el Centro Regional de Educación, se tenga a referentes que buscan minimizar el delito, y a docentes que menosprecian a alumnas víctimas.

La custodia de la buena reputación se tiene cuando se protege a niños, adolescentes y a los mismos profesores, no a viles que se valen del magisterio para denigrar.

Toda postura que no defienda lo correcto, la integridad sexual de las personas, es atentatoria a las leyes y a los lineamientos educativos.

Ningún pervertido sin autocontrol debería estar impune en instituciones, independientemente que sea en espacios administrativos. No hay acta de desistimiento que avale miserables, y de ninguna manera pedido de disculpas o promesas son sanciones pertinentes.

En ningún estamento debería seguirse con la moda de forzar silencios de sometidos por inútiles hombres, tengan la jerarquía que tengan victimarios.

El acoso es un mal presente en casi la totalidad de estamentos, debido a la falta de sanción. La impunidad vuelve poderosos a acechadores, dando el clisé para convertirse plenamente en abusadores de tiempo completo.

No es galanteo, es acoso, un abuso.

Tanto padres de familia como componentes sanos de la sociedad, tienen la obligación de exigir la erradicación de personajes con características de abusadores, y escuchar a sus hijos e hijas sobre conductas inapropiadas de quienes están como garantes de sus cuidados. De la misma forma, seguir protocolos para casos de acciones como las denunciadas, no contempla guardar episodios como anécdotas nada más y dar espaldarazos a colegas o dependientes.

El que no detesta el acoso, el que no se ocupa de conocer lo que pasa en su institución, el que no custodio las buenas costumbres, no tiene méritos para estar en ningún cargo de relevancia, sea del ámbito privado o estatal. Las responsabilidades son claras y específicas, por lo que fingir demencia, no sirve. Castigos ejemplificadores podrían generar mayor conciencia sobre la necesidad de despejar agravios y no intentar ocultarlos bajo la alfombra.

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