Todo aquel de poco mérito, tirano o malo, reúne requisitos para ser llamado mediocre. Un malviviene es una persona de mala vida, atribuible a quienes se dedican a delinquir. Estos adjetivos calificativos definen con clareza la característica de varios gobernantes, de ayer y de hoy.
Exabruptos siempre se dieron en el ámbito político, así como la denigración sucesiva de valores y al mismo pueblo que incluso los respaldó para estar en curules, desde donde seguir lucrando a costa del bobo.
Pero algunos, no precisamente por cualidad superior devenida de colegios top, son sobresalientes en mediocridad y malvivencia, generando repulsión de una hastiada opinión pública, que tampoco genera mucho impacto, por el hecho que se queda en eso, opinión.
Es opcional ser manejados por mediocres, es opcional tener a senadores malvivientes. El que avala todo sigue siendo el pueblo, el que concede el ejercicio de representación es el votante, por lo que comenzar a comprender incidencias directas e indirectas de acciones u omisiones, debería abrir paso a cambios reales venidos de abajo.
Todo quien menosprecia la educación de tierra adentro, siendo producto de ello es también un patán, pero un patán investido por el pueblo.
Se repite todo, por lo que el resultado seguirá siendo el mismo de siempre. Percibir que es el ciudadano quien debe comenzar a hacer diferente las cosas para crear productos esperados, debe ser consecuencia directa de ofensas recibidas por arrogantes sin moral. Es inconcebible que lo nefasto monopolice estamentos del Poder Legislativo, años tras año, sin más reacción que en redes sociales.
El pueblo elige a sus representantes, de manera casi directa, y tiene elementos para romper con inmunidades bajo presión, y así al menos hacer entender a anodinos que ningún “trato apu´a” tiene permanente fuerza.
El nepotismo ha sido practicado por propios y extraños a lo largo de la existencia de Gobiernos, por lo que también es un mal consuetudinario por la permisividad de la mayoría.
Si existe mediocridad en estamentos de la educación, es justamente por el liderazgo mercenario del poder, que privilegia vicios y desatiende lo fundamental. Se opta demasiadas veces por aplaudir a verdugos.
Toda corrupción da firmeza a la injusticia social, desechando la igualdad de oportunidades para sostener castas de generación en generación. El talento, la aptitud, el dinamismo, la capacidad, la formación, no son nada ante apellidos para ciertos mafiosos de la política. No pasa por una cuestión de satanizar a hijos de, sino hacer prevalecerlos bajo el síndrome de Procusto, despreciando a otros más idóneos. Si un Ovelar tiene las capacidades adecuadas, pues tiene el derecho de ocupar o pugnar por puestos, pero ello debe ser también para los González, Benítez, Villalba, etc.
El aval electoral ha servido casi siempre para optar finalmente por barrabasadas, que luego molestan, pero no alteran posiciones.