Los acontecimientos repetidos en torno a malvivientes convertidos en autoridades, y conductas de diputados y senadores fuera de lo correcto, forman parte de la politiquería barata, donde seres inmorales conocidos con el mote de caudillo, dirigente u otro tipo de nombres, adquiere la inmunidad para seguir traficando influencias y delinquiendo.
Lejos de principios, de altura moral y ética, dejando de lado la misma dignidad, tiene más importancia un cargo o una postulación electoral. En todos los partidos políticos fueron identificados permisividades ante miembros ligados al narcotráfico, violadores y estafadores, que permanecen sin problema alguno como autoridad y líder partidario.
Si bien el dinero permite la vigencia de especímenes similares a alimañas, no se puede seguir en el rigor de hacer generalizada la malvivencia de corruptos. Independientemente a ser iguales en afiliación partidaria, hay que despejarse a la clase dirigencial sucia, cuya mayor capacidad es tragar hasta veneno a cambio de metálico.
La inmundicia no debería ser casi total en organizaciones que presuntamente persiguen el bien el común, por lo que forzar desafiliaciones no es incorrecto. Es absolutamente falso hablar de apertura e inclusión, pero cediendo espacios a feroces delincuentes. Las conductas miden niveles éticos y los antecedentes deberían marcar quiénes pueden ser porta estandarte de partidos políticos.
Permitir que mafiosos dominen organizaciones políticas, dice cuan pequeño se es realmente, y que no se es ni se será opción de cambio. Abrazarse con gente sin Dios ni vergüenza y convertirlas en grandes estrategas por coyuntura electoral es de mediocres.
Hay que cortar con la fantasía que la hipocresía es la única regla para recibir respaldos electorales, pues la población comenzó a discernir mejor. Las posturas a la medida del mejor postor, hace de exponentes políticos meros lacayos de la delincuencia de cuello blanco.
Nadie duda de la necesidad de cambiar de opinión sobre asuntos relevantes para la población, pero cuando esto se da solo por haber recibido dádivas de promotores, si es meritorio de expurgaciones. La misma población debe exigir despejar la mala hierba.
La representación partidaria debe ser en base a valores e ideales dignos, no guaridas de criminales blanqueados por repartijas de puestos.
No es una cuestión de necedad el mantenerse firme y concordar lo que se dice con lo que se hace. No es ataque a la libertad personal, cuando lo que se esgrime como tal no es más que libertinaje motivado por dinero.
En política jamás debe prevalecer la inmoralidad, pues al partir de ella todo lo que se haga no sirve, cae por sí sola.
El fin de la política no radica en escalar a como dé lugar, sino esforzarse por llevar mejor pasar al pueblo, pregonando valores y asumiendo el patriotismo como regla inquebrantable.