Por las repetidas malas experiencias originadas en los diferentes legislativos, existe certeza sobre la necesidad de normalizar criterios y mecanismos que obliguen a contar con mayores requisitos para acceder a puestos sumamente preponderantes.
La necesidad legislativa es real, por lo que inoperancia e ignorancia, no pueden repetirse como “normal” en gestiones de senadores, diputados y concejales.
Si todo sigue igual en los legislativos no se tendrá progreso alguno, por lo que dirigir la mirada hacia este Poder no es desacertado. Tolerar retrocesos y lentitudes no ayudará a concretar proyectos significativos para cualquier Gobierno.
Tener como mandamiento la politiquería, hace que las corporaciones legislativas sean circos de bromas macabras para la ciudanía y el despilfarro un círculo vicioso.
Los moldes son totalmente claros, oficialistas defendiendo todo sin miramientos, opositores atacando con poco criterio objetivo. Pero lo que sí no queda claro es que las funciones son obligatorias, donde pese a ser oficialista se debe custodiar la norma y el correcto uso del dinero del pueblo, así como del poder otorgado. De la misma forma, la oposición está para actuar de manera criteriosa y dando respaldo a proyectos útiles y necesarios para la mayoría, independientemente que provengan del oficialismo.
La actitud de oposición por oposición, así como la de marionetas, no suman para estar mejor.
El significado de legislador va mucho más allá de la exposición dada hasta ahora.
Es penoso que se note en demasía que una gran parte de senadores, diputados, concejales municipales o departamentales, no tengan la más mínima preparación para ser lo que son. Y no se hace referencia únicamente a tener instrucción universitaria, que es de suma importancia, sino a una falta de educación en principios humanos, en moralidad y por sobre todo ética.
Como ya se ha visto, muchos quienes ocupan legislaturas sí tienen formación profesional, pero actúan como si no lo tuvieran, a fin de justificar “pisada de palitos” para impulsar primero el beneficio propio, como el caso de los vales de combustible.
Tampoco son el cambio “jóvenes” partícipes de la vida política, ya que van protagonizando los mismos vicios de viejos politiqueros, avezados en la visión egocéntrica.
La denigración de la función legislativa está en el mismo interior de la persona, no siendo una cuestión de tradicionalistas nada más.
Si una persona está desprovista de principios, difícilmente pueda ser una autoridad sin titubeos en su labor y honesta al ejercerla.
Plantear reglas claras sobre candidaturas para espacios legislativos, así como reales sanciones por incumplimientos de deberes, podría cambiar el panorama actual de inconductas y desidias. Ninguna representación debe ser tenida para auto beneficiarse.
Es momento de cambiar el modismo de asumir espacios electorales para llenarse los bolsillos y vivir a costa del dinero de los contribuyentes.
La improductividad no puede ser el resultado de la altísima inversión estatal, por lo que urge tener mejor representación, con genuinas acciones que correspondan a los anhelos del pueblo. Sin el Legislativo operante no se podrá estar mejor.