La posición ratificada del Paraguay en eventos asociados a la Cumbre de la Organización de Estados Americanos, sobre ser provida, profamilia y soberana, es la transmisión cultural de la mayoría de los ciudadanos, no atentando contra nadie, y menos generando discriminación.
En las democracias, la esencia de decisiones pasa por mayorías, más todavía cuando se refiere a determinaciones asentadas en la máxima ley regidora de conductas de los paraguayos.
Las voces en favor del aborto e identidad de género, y todo lo asociado a ello, se contraponen no solo a una cuestión de eventual religiosidad cerrada de autoridades, sino a conceptos biológicos. No pasa por socavar deseos sexuales poco ortodoxos, por no llamarlo de otra forma, pero no se puede legislar cuestiones de autopercepciones, y menos garantizar legalidades y solventar la muerte en el vientre materno.
Poner una bandera como decisión oficial, no es ofensivo para nadie, por el contrario, es la indicación de la mayoría, amplia mayoría. Todos quienes se sienten menospreciados por ello, no están compelidos a volverse heterosexuales, por lo que lo de discriminación sigue siendo una falacia.
La ley protege a todo ciudadano, independientemente a color de piel, religión, ideología y gustos sexuales. De la misma forma, la Constitución Nacional protege la vida desde su concepción, así que seguir debatiendo sobre algo inconcebible es tremenda pérdida de tiempo.
Las oleadas externas para imposiciones de lo que no se quiere, no pasan por el interés de mejores condiciones de vida para la generalidad, sino por destruir conceptos que sostuvieron las sociedades desde sus orígenes, por lo que los fines van mucho más allá de una cuestión de tendencia sexual.
Las organizaciones internacionales deberían enfocarse en los reales problemas de la humanidad, pues si asuntos básicos como la pobreza extrema, muertes infantiles, deficitarios sistemas de salud, la degradación del medio ambiente, tienen mismas relevancias que fomentar la imaginación de existencias de géneros fuera de lo biológico, entonces no deja de ser un escenario improductivo.
Siempre se han escuchado voces disidentes, pues dentro de las diferencias se construyen, pero cuando del sector minoritario se lanza consignas de “desconstrucción”, los discursos de odio vienen de allí.
Todos tienen derechos y obligaciones. No se puede pretender marcos regulatorios para cada individuo, conforme sus prioridades baladíes. Se protegen los bienes jurídicos fundamentales, y ello es correcto y suficiente.
Nunca la discriminación debería prosperar, y es abominable que aquellos que tengan ideas diferentes sufran algún tipo de acción negativa, pero ello también tiene sanción legislada, por lo que todo parte del hecho de ser humano, sin necesidad de accesorios. No hay comunidad perfecta, incluso en los países donde se norma hasta el auto percibirse como perro venusino, las desigualdades materiales están presentes, por lo que ni estadísticamente se muestra optimización de vida de nadie.
Hay demasiados asuntos de relevancia que requieren urgente necesidad de acción por parte de líderes mundiales, a fin de respuestas, soluciones a males compartidos por las distintas sociales. Dar prioridad a la prioridad no es un desatino, por lo que el enfoque mundial debe ser sobre ello. Si se combaten los males que perjudican a los países, si se aúnan esfuerzos regionales para permitir el desarrollo de las naciones, si se enfatiza la moral y las buenas costumbres como inquebrantables, si se sostienen decisiones de erradicar la corrupción, la generalidad de americanos, incluso con sus anexos libertinos, sí podría estar mejor.