Desde el momento en que los propietarios del poder, de las responsabilidades dejan de cumplir con sus respectivos roles, todo se deforma. El más claro ejemplo de lo planteado se percibe en el mismo estamento familiar, donde la ausencia del ejercicio de responsabilidad de acompañar, arropar, amar y formar a los hijos, quedan a merced de sus propias suertes o mejor, mala suerte.
Trasladando la situación de poco interés en actuar debidamente al ámbito de mandatarios y representantes, el pueblo es el propietario del poder, por lo tanto el plenamente investido en reencausar la degeneración del ejercicio del mando-obediencia.
Todo sucede porque se permite o ignora. Y es así que el componente social que no tiene el más mínimo interés en cumplir su rol de exigir que presidentes, gobernadores, intendentes, senadores, diputados, concejales, realicen gestiones concordantes únicamente con sus respectivas potestades, direccionadas a proporcionar calidad de vida a los habitantes, con el correcto uso del dinero público, entonces avala lo contrario, pese a quejas y murmullos.
De la misma forma, quienes no conocen derechos y asumen que la clase política es la “que manda”, y que no se puede hacer nada al respecto, suma en contra de que cambien las cosas.
Desde tiempos inmemorables existe un acuerdo tácito donde el conjunto de la comunidad se somete a un guía, en búsqueda de seguridad, hogar y comida, concediéndose derechos por sobre las masas a estos líderes apropiados. Luego se pasa a legalizar este sometimiento, para llegar a justificarse el equilibrio de concesiones. La historia tiene ejemplos sobrados de degeneraciones del liderazgo, que luego fueron restituidas con el accionar del pueblo que percibió que no correspondía opresiones, ni desperdicios de recursos de todos.
Es el ciudadano el que debe recomponer el estado natural de la concesión del poder. Cuando hay corrosión en su uso en la administración pública, no hay más alternativa que sanearla de manera integral.
Si se tiene a mandatarios ineficientes o malvivientes, pues se exige su destitución. Si se sigue contando con legisladores traficantes de influencias y sometidos a propios intereses, se los “bota”. No hay error en la acción requerida cuando no se cumple con mandatos del pueblo.
Pero es el conjunto el que debe hacerse sentir, siendo imposible resistir la embestida de un pueblo que se preocupa y se ocupa de su propia suerte. Hacerse sentir es el mensaje claro de que no se está de acuerdo con despilfarros y mediocridades. El silencio agrada a marginales que embaucaron a la gente que anhelaba tiempos mejores desde el liderazgo de gente de bien. De la misma forma, lo tibio, lo poco de reclamos o quejas no llegan a los oídos de los mafiosos.
La población está mayoritariamente compuesta por gente honesta y que aspira a realidades más justas para todos, por lo que no se puede seguir aceptando que minorías nefastas imperen. El poder es del pueblo, por lo que comprenderlo ahora y ejercerlo será determinante para restablecer lo correcto y apropiado de liderazgos.