Hace un buen tiempo se viene experimentado un importante comportamiento de grupos sociales que se animan a hacer notar sus inquietudes, necesidades y exigencias. Se adoptó como normal movilizaciones de casi todos los sectores, con reclamos que van de lo válido hasta lo más inverosímil y fútil.
Es una gran victoria para los grupos humanos, que en casi la totalidad del planeta, el derecho a la manifestación siga siendo libre, con ciertas limitaciones legales. No caben dudas que las manifestaciones populares tienen mucho de consecuencia de conductas maduras, de civismo que reflejan a viva voz anhelos de un pueblo que por décadas fue obligada al silencio. Pero es importante no obviar que muchas de las movilizaciones tuvieron fines no precisamente justos y válidos, pues han sido impulsadas por líderes de grupúsculos de rebeldías sin causas, motivados por engaños, incentivos económicos o vicios, lo que desvirtúa tan importante derecho ciudadano.
Hay pedidos de reivindicaciones que en su mismo origen tienen total sustento de lo razonable y hasta necesario, y son aquellos que piden tratos igualitarios, que claman justicia, atenciones a sectores desprotegidos y olvidados por Gobiernos corruptos, inertes. Aquellos donde el pueblo exige acciones para contrarrestar pobreza, inseguridad, la falta de trabajo, y primordialmente los que piden el fin de la impunidad de las mafias políticas, deben tener el conjunto poblacional unido.
Existe igualmente un mal repetido, donde una medida de reclamo social es convertida en un mitin político, siendo ello denigrante y de pura artimaña de pescadores en río revuelto. De la misma forma, cualquier poder de convocatoria de líderes no se puede medir por la cantidad de persuadidos y arreados, sino por el nivel de conocimiento del punto de vista y posiciones argumentadas con seriedad y sobriedad.
La experiencia confirma de manifestaciones donde se han vendido a la ciudadanía espejitos, con el ropaje de reclamo social, pero que en la realidad resultaron ser trampas para obtener el fin egoísta de los propulsores que se sirvieron del hartazgo comunitario.
No se ataca este fundamental derecho de reclamo, o de un despropósito en contra de la libre expresión, por el contrario, se presenta nada más el otro lado de medidas de presión.
Es de relevancia tratar de concienciar sobre la necesidad de diferenciar a verdaderos patriotas de oportunistas, manifestantes de patoteros y líderes útiles de manipuladores.
La esencia o promoción de las medidas suelen ser buenas, pero algunos se valen de ellas para esconder propósitos personales o de grupos políticos igualmente sucios.
Inoperancias, desidias, falta de claridad de programas de uso de fondos públicos, impunidad por color partidario, merecen reclamos firmes, constantes y con resultados concretos.
Es significativo expresar descontentos, pues es deber del pueblo que conoce derechos y obligaciones, involucrarse en su comunidad, instituciones oficiales, universidades, a fin de restablecer el orden requerido y cortar con lo que no corresponde.
La obligación de no callar irregularidades es del ciudadano, así como no dejarse embaucar por “flautistas de Hamelín”.