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Responsabilidad compartida por vandalismo precoz

Los últimos hechos sucedidos en el Colegio Tacuru Pucú de Hernandarias, y sacados a luz por los medios de comunicación, marcan comportamientos violentos de adolescentes y jóvenes quienes llegan a extremos, no resultando novedad alguna, pues el desenfreno y libertinaje se ha multiplicado a lo largo de los últimos años.

Las instituciones educativas no están exentas de ello, pues es difícil que lo que se vive en comunidades y hogares no se replique en ellas.

Y en ese sentido se ha convertido en regla la falta de atención requerida de padres de familia hacia sus hijos, siendo este el perfecto caldo de cultivo para el aprendizaje y vivencia de desvalores, que  fácilmente se impregnan en púberes y no tan púberes.

Desde violencias, ultrajes sexuales, robos, se tienen como acciones ideadas y desarrolladas por los menores de edad. Bromas macabras, anticipan conductas más lúgubres.

Hay una dolencia sobrecargada en la franja etaria, debido a una multiplicidad de factores, pero todos originados en la desidia paternal. Cuando papá y mamá viven sus respectivas vidas, sin reparo alguno en obligación de cuidado correcto y natural, solo se puede tener como consecuencia gran número de hijos con personalidades anormales.

El deber de cuidado es exclusivamente de padres, por lo que no tener tiempo, no sirve como excusa. La comodidad de dejar librados a sus ganas a menores de edad confirma desintereses que en un futuro cercano serán lamentados.

Ultrajes, vejámenes, violencias y la denigración, no son hechos que deban ser minimizados.

La familia adolece, y por lo tanto no se puede tener demasiada salud en vástagos.

La sociedad es fiel imagen de la familia, es su núcleo, por lo que si la comunidad experimenta vigencia de mentalidades enfermas, el origen del mal  es inocultable.

No tiene argumentación válida el pretexto de nuevos tiempos, como para dejar de ejercer  controles y disciplina. Desobedecer la ley natural en la crianza es permitir libertinajes a quienes ni siquiera tienen la mínima idea de discernimiento correcto.

La disgregación familiar tiene consecuencias y a la vista se tienen ejemplos.

El ritmo acelerado de patologías sociales, como la violencia de todo tipo, es respuesta a abandonos.

La drogadicción, la falta de oportunidades laborales, el difícil acceso a instituciones educacionales, son igualmente aditivos que convierten a esta realidad en una verdadera bomba de tiempo, no solo lacrimógena.

Extendiendo responsabilidades, directores y docentes comparten los mismos principios de educación con padres de familia, por lo que deben ser conscientes de la necesidad de que optimen sus labores.

No ver, no ocuparse, ni intervenir en situaciones que no se encuadren dentro de lo regular en propios colegios o escuelas, es tan criminal como propiciarlos.

La multiplicación de desidias tiene resultado constante, y exponencial, por lo que es momento de retomar esencias en roles. De la misma forma, el Estado debe fortalecer encuadre de labores de papá y mamá, sean ellos “influenciadores” digitales o Juan Pueblo.

Se anticipa la degradación total de la raza humana por banalidades y egocentrismos.

La falta de espiritualidad no es poca cosa, por lo que ya no solo se vive a espaldas de Dios, sino sin Él. La cotidianeidad de lo amoral es tan inquebrantable que solo con episodios extremos pareciera retomarse la cordura momentánea.

La reingeniería familiar será sustento para la reposición de una mejor sociedad.

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