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Sensación de honestidad

La mayor parte de los seres humanos intentan causar impresiones debidas, actuando generalmente  bajo figuras correctas y apropiadas, a fin de caber dentro de las buenas costumbres. Es así que todos, o casi todos, quieren ser captados como honestos, conocedores de asuntos básicos y defensores de lo justo.

Esta necesidad de parecer supera al ser, por lo que se tiene tantos malos ejemplos de hipocresías plenas.

Y es así que autoridades locales, que vociferan honestidades ante hechos cuanto menos llamativos, relativo al uso del dinero del ciudadano, siempre hacen ruido para distraer. Lastimosamente la palabra dejó de tener valor y todo se mide por documentaciones, hechos palpables y dictámenes judiciales.

Gritar a los cuatro vientos que se es “ídolo”, y balbucear sin sentidos, como muestras de integridad en la función de administrador municipal, ni siquiera genera sensación de honestidad. Desmeritar denuncias ante dudosos manejos, debería darse de manera documental, no con payasadas de impacto mediático para descerebrados.

Mostrarse firme, seguro de inocencias cuando una causa ha pasado por todos los filtros de pertinencia para ser tratado ante el organismo jurisdiccional, no es muy concordante con realidades que muestra el proceso. Hay más claridad sobre el dolo en tiempo de pandemia que certezas de manos limpias, por ello seguir con bravuconadas como impresión de tranquilidad, solo sirve para persuadir a un minúsculo grupo de fanáticos y resentidos.

Independientemente a partidos políticos y apellidos, todo quien ose robar un guaraní del dinero de los contribuyentes, merece sanciones penales severas, ejemplificadoras. La malviviencia de otros, no exime a la propia, por lo que salir a gritar que los colorados hacían igual o peor, no sirve de atenuante.

La instancia del juicio oral es para tratar casos con un poco más de sensación de ilegalidad, por lo que seguir con el discurso de persecución política es más que insignificante e inútil. La apariencia de correcto uso de bienes del Estado no es suficiente para que efectivamente lo sea,  por lo que explicaciones oportunamente documentadas pasan a ser ineludibles y determinantes.

La formalidad en asuntos jurídicos, es justamente para garantizar que lo más cercano a lo real predomine y no solo criterios subjetivos de acusadores y defensores.

La administración pública tiene normativas absolutamente claras, y lo que se llama burocracia es el refuerzo de los mecanismos de control sobre el dinero público, pues desde instituciones municipales no se maneja caja chica propia, sino de todos los habitantes de una ciudad. Cualquier vulneración a las reglas, no corresponde, todo aprovechamiento indebido de una circunstancia para ganar dinero es penable. No hay nada más despreciable que el robo en tiempo de emergencia, por lo que igualmente tiene reproche moral.

La Justicia, al menos en su principio, da a cada quien lo suyo, por lo que pese a autopercepciones de sobrenatural líder, si se actuó mal la cárcel es el lugar por méritos propios, mientras que si se ha hecho bien la labor obligada, se sale libre de culpa y pena. Dilatar procesos judiciales, no es de muy inocentes, restando ahora saber qué condimentos serán agregados en lo que se hizo espectáculo para tratar de cubrir inmundicias. Nadie pide cacería de brujas, pero tampoco se debería rogar por impunidades.

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