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Ser vigilantes y exigir integridad a líderes

En el escenario político de toda nación, la integridad y la ética de sus líderes son pilares fundamentales para el desarrollo y el bienestar de su sociedad. Paraguay, un país con rica historia y cultura, carece de buenos liderazgos presentes, por lo que el desafío contemporáneo es exigir lo correcto en referentes, y dejar de repetir elecciones de líderes con atisbos de  megalomanía y vicios.

Tener como opción a desequilibrados que asumen el papel de personaje anárquico, solo por el hartazgo hacía políticos tradicionalistas, es elegir males distintos y riesgos inminentes de desestabilización innecesaria.

La megalomanía en la política se manifiesta cuando los líderes desarrollan una percepción exagerada de su importancia y poder. Estos individuos, cegados por su ego, tienden a tomar decisiones basadas en su interés personal en lugar del bienestar común. En Paraguay, se ha sido testigo de cómo líderes megalómanos pueden manipular las instituciones democráticas para consolidar su poder, poniendo en peligro los fundamentos mismos de la democracia.

La concentración del poder en manos de un solo individuo o un grupo reducido puede llevar a la corrupción y la ineficiencia gubernamental como ya se experimentó casi sucesivamente. Además, el desprecio por las opiniones y necesidades del pueblo que no comulga con extremos fomenta el descontento y la división social. Cuando los líderes creen estar por encima de la ley, la justicia se convierte en una herramienta de opresión en lugar de protección, socavando la confianza pública en las instituciones.

Líderes políticos involucrados en escándalos de corrupción, abuso de sustancias o comportamientos inmorales dañan irreparablemente la imagen del país. Estos vicios no solo desvían recursos vitales que podrían destinarse a educación, salud y desarrollo, sino que también envían un mensaje destructivo a la población. La deshonestidad y el abuso de poder son aceptables solo si provienen de afines, por lo que la oferta es más de lo mismo, con nombre distinto.

La corrupción desenfrenada, una de las manifestaciones más perniciosas de los vicios políticos, ha sido un problema recurrente en Paraguay, por lo que creer que un desequilibrado podría ser diferente, es un chiste de muy mal gusto.

La presencia de líderes megalómanos y viciosos tiene consecuencias devastadoras para la sociedad paraguaya, pero solo porque la ciudadanía tolera todo.

La falta de confianza en el liderazgo y las instituciones crea un ambiente de inestabilidad y miedo. Los ciudadanos, desilusionados y desesperanzados, se vuelven apáticos y ven en cualquiera que eleva la voz contra los males presentes a posible mesías, avalando violencias para expresar su frustración. Esto no soluciona nada.

Sin modelos positivos a seguir y con la percepción de que el éxito solo puede lograrse a través de la corrupción y el abuso de poder, muchos jóvenes pueden perder la motivación para contribuir positivamente al país, y ven como opción a quienes pasan a vestirse de antisistema, siendo en realidad oportunistas.

Para contrarrestar este peligro, es fundamental el fortalecimiento de las instituciones democráticas y promover la transparencia y la rendición de cuentas. Los ciudadanos deben ser vigilantes y exigir integridad y ética de sus líderes, esa es la opción útil, ese es el camino del cambio.

La educación juega un papel crucial en esta transformación, formando a las futuras generaciones en valores de honestidad, responsabilidad y servicio público.

La sociedad civil y los medios de comunicación deben desempeñar un papel activo en la denuncia de abusos y la promoción de una cultura de integridad. Es vital crear mecanismos que impidan la concentración excesiva de poder y que promuevan la participación ciudadana en la toma de decisiones. Otorgar esos privilegios a un “loco lindo” del partido que fuere, es atentar contra sí mismo, en este caso contra el pueblo.

La presencia de líderes políticos megalómanos y sumidos en vicios es un riesgo grave para Paraguay.  La clave está en la vigilancia constante y la acción decidida de cada paraguayo para proteger y fortalecer su democracia, no en quienes con patología mental  distinta, fortalecida por estupefacientes, quieren el poder para seguir en el mismo esquema.

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