«Fiestas sin bombas ni bombitas, sin lesiones ni quemaduras”, se denomina una campaña activada por estamentos sanitarios del país, y que pretende generar algo de conciencia en adultos y menores con relación al uso de pirotecnia.
El propósito de desalentar la utilización de fuegos artificiales pasa por una cuestión absolutamente racional y si se quiere de sentido común, de no padecer pérdidas de miembros y amputaciones, daños en la piel por quemaduras, perjuicios oculares y sordera. Estas son solo algunas de las posibilidades casi ciertas que se experimentan por la manipulación indebida de elementos de estruendo por pólvora y que históricamente presentan citadas consecuencias, primordialmente en los de corta edad.
Hay un punto indudable, el gusto de muchos por el ruido, explosión y luminosidad generada por estos elementos, pero que no corresponde a tiempos actuales, teniendo en cuenta que se avanzó en conocimientos, acceso a la información y en teoría en medidas de protección de los hijos.
A más de los daños físicos ocasionados año tras año por esta insana y desfasada forma de diversión, está la molestia terrible a personas enfermas, niños y ancianos. Personas con Trastornos del Espectro Autista, son víctimas primeras de los molestosos sonidos de explosiones de petardos, por lo que cuanto menos una cuestión de empatía debería incentivar a dejar de lado acciones estúpidas y de gastos innecesarios.
En el presente no es opcional el no molestar a otros, sino obligación, y en este caso, una legislación debería prohibir el uso indiscriminado de estos artefactos, pues a más de los daños a seres humanos, se contamina el medio ambiente y se hace padecer a animales.
En culturas un poco más avanzadas, apelar a conciencias debería ser suficiente como para despertar a la gente y por ende actuar en consecuencia. Pero como esto no precisamente rige conductas, resta por dar más ejemplos positivos, bajo el objetivo de legar el “hechakua’a”, haciendo entender que el dolor y malestar ajeno son más importantes que estruendos.
La alegría y la diversión tienen mucho más fundamento que explosivos. Y no son solo menores de edad quienes fomentan esta algarabía cavernícola, pues los primeros en la fila con bombas son los adultos, padres, tíos, abuelos. El dinero para derrochar en ellos, vienen de esos mismos bolsillos.
No deja de ser cierto que cada quien es libre de hacer lo que quiera con lo suyo, pero siempre dentro de los márgenes del cuidado y de no afectar derechos de terceros, bajo respeto de las normas que por más que se desconozcan están vigentes. A modo de recordatorio, la ley 6.754 prohíbe la venta y suministro de pirotecnia y explosivos a niñas, niños y adolescentes, por lo que la responsabilidad siempre será la misma, la de los padres.
Intervenciones oportunas están basadas en evitar la exposición al peligro, y asumir necesidades de reactivar buenas costumbres.
En el presente repetir riesgos innecesarios y causar molestias, en definitivas es ser “bomba”.