La presente administración nacional no puede eludir responsabilidad de proponer trabajo más serio hoy, y buscar de veras de alguna manera dejar de lado la inoperancia presente.
La prioridad desatendida solo incrementa los males sociales imperantes, y hasta la fecha se ha visto muy poco de resultados, más bien de reculadas en intenciones.
Todo día, toda semana, todo año es un desafío crucial que debe ser correspondido por quienes ostentan el poder, y en teoría conocen a ciencia cierta los males y las soluciones a ellos.
Los líderes deben demostrar que gestiones pueden mejorarse y que existe real intención de traer buenos tiempos para todo el país.
Por lo menos minimizar las necesidades de la población nacional debe darse desde ya, pues el periodo de gracia se superó con creces.
Trabajar en serio es necesario, si de veras existe interés en el pueblo o se seguirá por el mismo trayecto de desatino para beneficio propio.
Independientemente a los problemas planteados, las necesidades instaladas hace décadas requieren de acciones que puedan frenarlas, y que sea enfatizado como prioridad.
El Presidente de la República deberá optimizar el tiempo y los recursos, con el fin de dar soluciones de fondo.
La inseguridad no varió, y la ciudadanía honesta sigue siendo presa de facinerosos que actúan con mucha más fuerza que la policía. La salud pública sigue en una pobreza franciscana, generadora de dolor e impotencia.
Los problemas que recibieron a anteriores mandatarios son los mismos que hoy gozan de plena salud y en algunos de los casos hasta fortalecidos por la corrupción, el tráfico de influencias, nombramientos de familiares y politiqueros en espacios que bien podrían ser ocupados por jóvenes preparados.
El Jefe de Estado deberá dejar de lado cuestiones ajenas al manejo de un país y ocuparse planamente del cumplimiento de su función. Es hora de ver más acción del mandatario.
Se espera que hoy se concreten realidades diferentes para un país aún sumido en el mejunje, originado por despilfarros e impunidad de quienes prometieron mucho y brillaron por su ineficiencia adrede.
La paciencia ciudadana está en el mínimo estado, debido a décadas de mediocridad y malvivencia política, por lo que se debe comprender desde el poder que la acción es requerida.
La población en general ya conoce de lo errático, de la incoherencia y de las enormes reculadas de las autoridades, por lo que se espera ahora ver la faceta que se prometió regiría gestiones oficiales.
Menos discursos, más resultados, pues ya no hay paciencia ni confianza.
La ciudadanía ya no se deja engañar con facilidad y deberá estar atenta a reclamar promesas incumplidas y deberes constitucionales asumidos. El tiempo pasa y se sigue faltando al deber legal moral.