Este caos en la gestión del Estado, donde resaltan más ineficiencias en áreas fundamentales como la salud especializada en el ámbito público y la merienda escolar para alumnos de la educación estatal, no es algo contemporáneo, y se traslada periodo tras periodo por la tibieza de la ciudadanía que al final es la que padece.
Las indignaciones direccionadas por muchos medios de comunicación, tampoco son suficientes como para recomponer las irregularidades, pues hay más interés empresarial que de cimentar lo debido.
Mientras el pueblo solo repita molestias y descalificativos hacia gestiones de gobierno, sin que tome acciones al respecto, no variará nada, pues la clase política resalta más por la desvergüenza que por el deseo de corregirse y corregir.
Hay que forzar al cambio, y es allí donde la conducta comunitaria es determinante. Se debe ser constante en actitud y exigencias, no claudicar en el deber de imponer la voluntad del genuino propietario del poder.
El silencio, o el malestar privado, no suman en nada. Las redes sociales son importantes, pero solo quedarse en ello es inocuo.
La participación en la comunidad cercana, y de allí en asuntos de bienestar social, es mucho más útil a la hora de confirmar realidades de desidias, sin que se imponga sensaciones magnificadas o minimizadas.
Cuando se participa se tiene no solo noción, sino certezas, pudiendo sacar conclusiones y opciones adecuadas para posturas. Un pueblo poco informado es la garantía para que nada cambie.
Las personas que ni siquiera cumplen con la obligación de votar, carecen hasta de autoridad moral para reclamar. Dejarse guiar por lo de “mi voto no vale”, sí sostiene a inescrupulosos en espacios de poder.
Toda personas tiene la capacidad de entender cuáles son las necesidades perentorias, y en ese sentido, toda unidad organizada de vecinos, no solo puede opinar, sino exigir con mayor fuerza que sus representantes den respuestas a inquietudes concretas. Ni siquiera animarse a juntarse entre moradores de una misma cuadra, alejarse de la comunidad, encerrarse en el “solo me importa lo mío”, hace que las calles estén en pésimas condiciones, y se desperdicien dinero del contribuyente en obras inocuas y para beneficio de miserables autoridades.
El desinterés motiva a las ratas, los alimenta y le da vida mucho más allá de la posible por méritos propios.
No existe referente que quede sin reacción cuando el conjunto de ciudadanos les dicta prioridades y demanda soluciones. Los que les recuerden compromisos y no den jamás segunda oportunidades a mediocres, son quienes transforman contextos y favorecen a liderazgos de verdad.
Las burlas de quienes son diputados, senadores, intendentes, gobernadores y jefes de estado, solo son vigentes por la pasividad o ingenuidad de sus representados. Desde el momento en que se tome con seriedad deberes y obligaciones, la ciudadanía podrá aspirar a la vigencia plena del bienestar general y a tener políticos servidores.