Conforme literatura al respecto, el sacerdote Sebastián de Covarrubias (1539-1613), proficuo escritor y Capellán de Felipe II, conceptualizaba al vendedor de humo como aquel que se valía de artificios para hacer creer que eran “privados de los príncipes y señores”, vendiendo favores “a los negociantes y pretendientes”. Ampliando el contexto de ilustración sobre el mismo, la “venditio fumi” se encontraba dentro del Derecho Romano, con el castigo pertinente, por tratarse de promesas falsas para obtener beneficios de funcionarios con vínculos gubernamentales, que eran cobrados pero nunca concretados.
La RAE también hace mención a los vendedores de humo, explicando que se trata de personas que exhiben, o más bien “simula valimiento o privanza”, con poderosos o cercanos al poder, a fin de vender favores.
Vendehúmos, coloquialmente, son nefastos personajes que se atribuyen cualidades sobrenaturales ante estamentos oficiales, de ínfulas absurdas, capaces de vulnerar normas y reconstruir templos en tres días, parafraseando al mismo Jesús. Embaucadores que se valen del desespero y esperanza de ciudadanos, sacando siempre provechos personales.
Es así que primordialmente en tiempos electorales, se tiene multiplicación de estos profesionales mercenarios y que luego siendo autoridades, siguen estafando al pueblo con el mismo espectáculo de populismo ante una ciudadanía que sigue aceptando promesas incumplibles.
Prometer transparencia en instituciones públicas y seguir adoptando lo indebido como corriente; negociar con ediles municipales cargos para que callen irregularidades y den número para impunidades; usar potestades para agresiones contra quienes reclaman inconductas, valerse de posiciones para negociados en beneficios propios y de séquitos, para luego vestirse de monje tibetano, es marca registrada de los que generan cortinas de humo y luego lo venden como persecuciones.
Mentirosos consuetudinarios que apuntan el dedo acusador hacia todos los culpables, menos a los verdaderos marginales.
Otros que desde curules, con alharacas empiezan a adoptar el mismo modus operandi de quienes están al mando del poder comunal, para presentarse como paladines de la justicia y postularse a cargos ejecutivos, pero con el mismo propósito de “vender favores”, también son vendehúmos.
Ante tanto humo desplegado, es lógico que la comunidad tenga poca visión de lo que es real, teniendo que subsistir en un ambiente contaminado por mentiras y medias verdades, mientras son despojados de sueños y anhelos de una ciudad con mejor infraestructura básica sanitaria, con caminos de todo tiempo, de servicios públicos de calidad y por sobre todo de patriotas como líderes.
Antiguamente el vender humo tenía un severo castigo aplicado por el emperador romano del mismo apellido, pues quienes incurrían en el delito eran atados a un madero y echados al fuego con leños verdes, de modo a que fueran asfixiados por el mismo humo expedido, a la par de ser consumidos por llamas. Si bien esto es inadmisible en el presente, lo que sí se puede es que el pueblo no deposite confianzas electorales en quienes embaucan sin rubor de manera sucesiva, haciendo que perezcan en sus ansias de poder por sus propios pesos negativos y queden en la justa inanición de influencias. Es importante no seguir dando vida a parásitos que se valen de la cosa pública de manera indebida, y que se burlan sistemáticamente del ciudadano. Hay que romper con el negocio próspero de vender humo. “Fumo periit, qui fumos vendidit” (al humo perezca quien humo vende)