Con la llegada de las fiestas de fin de año se hace común ver una gran cantidad de vendedores informales apostados en las veredas y puntos estratégicos de la ciudad, comercializando productos explosivos de todo tipo. Estas acciones se hacen ante la indiferencia de las autoridades encargadas del tema, exponiendo a un peligro inminente no sólo para quienes compran, sino también a quienes venden e incluso a los que circulan por la zona donde se encuentran instalados.
En medio del caos que caracteriza a diciembre, con la ciudad atascada de largas filas de vehículos y motocicletas, bajo el ardiente sol, los vendedores informales se instalan en los puntos más concurridos de los diferentes barrios, tratando de lograr una buena venta que les ayude en la economía familiar. No obstante, estas actividades se constituyen en un verdadero peligro para propios y extraños, atendiendo principalmente la forma improvisada que mantienen los diversos explosivos.
Es común ver la infinidad de productos colocados sobre pedazos de tela o diarios y a la sombra ofrecida por carpas, expuestos a altísimas temperaturas que se generan con el fuerte sol y el reflejo del mismo en los asfaltos o empedrados.
Las bombas son vendidas sin ningún tipo de control y exponen a los propios comerciantes a la posibilidad de estallar ante el excesivo calor o a un simple accidente que encienda una pequeña llama en la zona.
No se registra la presencia de los inspectores municipales en estos lugares, donde según varios de los vendedores, se instalaron sin solicitar el permiso pertinente y mucho menos declarar la característica de lo ofertado.
Pese a la intensa campaña por evitar la utilización de petardos y fuegos artificiales, atendiendo el daño que causan en niños con TEA, personas de avanzada edad y animales domésticos, esta práctica se mantiene hace varios años, aún con las decenas de accidentes que se registran en la noche buena, Navidad y Año Nuevo, donde incluso menores acuden a urgencias con serias lesiones que derivan hasta en la pérdida de la mano o dedos, dejando secuelas terribles.
La clandestinidad y la falta de control sobre estas actividades de gran lucro se repiten cada año y se mantienen gracias a la existencia de gran cantidad de compradores de petardos y fuegos artificiales, tradicionales en las festividades de fin de año.
Como dentro de los lugares como el Mercado de Abasto está prohibida la venta de bombas, los vendedores optan por salir a los barrios e instalarse como pueden en las veredas y calles de gran circulación.
En los puestos informales se pueden observar desde los ajitos, que aparentemente son inofensivos pero aun así contienen pólvora, hasta explosivos de gran dimensión, que llegan incluso a producir más de 300 explosiones y estruendos por cada uno.