Existe una teoría, conocida por todos quienes alguna vez se interiorizaron sobre criminología, sociología, o el majestuoso hábito de lectura por el gusto de conocer, denominada “Ventanas rotas”, que en resumidas cuentas trata de ilustrar el contagio de conductas incorrectas entre miembros de la sociedad.
Dicha teoría plantea que los signos visibles de desorden y criminalidad en todas sus facetas, como las mismas ventanas rotas, graffitis y basura, fomentan un contexto que propicia más delitos y comportamientos antisociales. Si una ventana rota no se repara, se envía un mensaje de que nadie se preocupa por el lugar, lo que puede llevar a un incremento en el vandalismo y las distintas formas de criminalidad. Si se arroja basura en un sitio indebido, todos lo hacen.
La teoría encuentra una confirmación altísima en el Paraguay, en el sentido de que la permisividad y la falta de acción ante pequeños actos de corrupción y desorden llevan a problemas más graves. A modo de ilustración, la corrupción en las instituciones públicas, se ve reflejada en una falta de confianza en el sistema judicial y en la percepción de que las leyes no se aplican de manera equitativa.
Hay un círculo vicioso de impunidad y corrupción, alimentada mutuamente.
No se trata de la cuestión de pobreza referida en el postulado, pues hay más evidencia que es algo relativo a la misma psique humana y con las relaciones sociales. “Un vidrio roto en un auto abandonado transmite una idea de deterioro, de desinterés, de despreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, sustentando la ausencia de ley, de normas, de reglas”. Y es así que la corrupción de ejecutivos, legisladores y otras autoridades no electivas, motiva a la autojustificación de obrar mal, sin siquiera peso de conciencia.
Esta teoría, formulada por los criminólogos James Q. Wilson y George Kelling ya en la década de los 80, anticipa que “si una ventana rota se deja sin reparar, pronto todas las ventanas estarán rotas”. Lo que llevará al caos, al reinado de la anarquía total.
No cortar con el hábito de copiar inconductas y autojustificarse tiene efectos profundamente nocivos en la comunidad, normalizando lo indebido en el tránsito, en tributar, en hurtar, robar.
Cuando el pueblo ve que aquellos que violan las normas no enfrentan consecuencias, genera primero indignación y luego el sentimiento de impulso de imitar esos comportamientos. Total todos lo hacen.
El intento de racionalización de acciones no correspondientes es lo que construye la cultura de impunidad, y debilita exponencialmente las normas sociales y la cohesión comunitaria.
Si el intendente es ladrón, ¿por qué tributar?. Si los de la Policía Municipal piden coimas, ¿por qué respetar las normas de tránsito?
Es de alta trascendencia analizar este ambiente de lo no correcto, y buscar corregir las inconductas desde su origen, promover la responsabilidad y la transparencia en todos los niveles, primordialmente en los liderazgos. Cuanto más se permitan las ventanas rotas de la delincuencia de cuello blanco, y la tradición de coimas, nada variará hacia el bienestar general.