Todo tipo de abuso es abominable, pero puntualmente los relacionados a coacciones sexuales y aquellas que afectan a mujeres por tal condición, superan niveles de lo que se puede considerar normal, alcanzando lo espantoso.
Y no es una cuestión de percepción apocalíptica, sino basada en registros de hechos, con lo que se puede determinar que a más de ellos, los no denunciados cierran ese círculo de lo abominable.
El abuso sexual pasó a ser un hecho tan repetitivo que dejó de impresionar a muchos, incluso en el rango de delitos “comunes”, pues las coacciones y la prostitución de menores ya no causan estupor. El acostumbramiento a lo macabro es extremadamente preocupante para una sociedad que quiere reestablecer el orden de la normalidad de lo correcto.
Existen conductas sexuales desviadas, de placeres bizarros vigentes, por lo que se explica el gran nivel de ofertas en este contexto, teniendo a víctimas a criaturas.
Siendo tan extendida esta abominación que los medios de comunicación van retratando casi diariamente violaciones de menores de edad, por parte de bestias que se hacen llamar padrastros, tíos, abuelos y hasta progenitores.
La violencia en el entorno familiar es alarmante, dándose abusos en todas sus formas conocidas.
El hecho por naturaleza más deleznable es el forzar a otro a mantener relaciones sexuales o seguir con relaciones de parejas bajo amenazas de muerte. La perversidad se expande por lo que lo insano es incesante y predominante.
El listado de abusos es periódico, involucrando a estamentos de mayor vulnerabilidad como los niños y niñas, y mujeres mayores de edad.
Este tipo de violencias sacuden a familias paraguayas y para peor de males muchos de ellos denunciados pero sin acción en consecuencia, y otros callados por la ignorancia, dependencia económica o el temor.
La descomposición familiar facilita que las víctimas no cuenten con el debido cuidado, quedando a merced de abominables. Toda conducta violenta es repudiable. No existe argumento que pueda justificarlo, por lo que condenas de degenerados y violentos deben ser severas, así como la atención debida de estamentos de seguridad a quienes buscan protegerse de energúmenos.
El repudio debe darse como castigo. Los abusos en todos los ámbitos son despreciables y no se puede minimizar porque el protagonista es pariente, o por que la mujer “buscó”.